C4 Trío
Café Berlín, Madrid
(Agosto 2, 2018)
Si hay una agrupación que en años recientes ha redimensionado la música tradicional venezolana hasta llevarla a terrenos inimaginables esa es, sin duda, C4 Trío. Aunque su sonido se basa en el cuatro, el instrumento emblemático de Venezuela, la sinergia lograda por Edward Ramírez, Jorge Glem y Héctor Molina, eleva a la estratósfera las posibilidades de esas cuatro cuerdas que hasta hace no mucho tiempo se limitaban al acompañamiento. Las doce cuerdas juntas hacen una sinergia que se desborda y por donde quiera que pasen estos tres músicos, dejan maravilladas y anonadas a las audiencias. Pero no están solos. La suma del extraordinario bajista Rodner Padilla redondea una propuesta verdaderamente telúrica.
El paso por el Café Berlín de Madrid cerraba una gira europea que los llevó a Italia, Alemania, Francia y España (el día antes se presentaron en Barcelona). Cierto cansancio físico se notaba sobre todo en Glem y Ramírez, y quizá por ello la vocería del grupo recayó principalmente en Molina, quien se mostró agradecido y distendido como siempre. Con este concierto retomaba las actividades en Madrid la conocida productora nacida en Caracas hace unos 10 años, Guataca, cuyo capítulo madrileño ahora es conducido por el reconocido flautista Omar Acosta, con la participación de Zuly Perdomo en producción, gran promotora venezolana que durante años dirigió el recordado Festival Internacional de Jazz de Barquisimeto.
Con el recinto totalmente lleno principalmente de venezolanos, el cuarteto comenzó, como cabía esperar, homenajeando a Gustavo Márquez, hasta hace muy poco el bajista del grupo, quien precisamente había sustituido a Padilla cuando éste se fue de Venezuela. “Gustavito”, como era conocido por su juventud y precoz talento, falleció hace unos meses tras luchar admirablemente contra el linfoma de Hodgkin que le diagnosticaron en 2016. La composición de Márquez fue, sin duda, ideal para comenzar y conectar con la audiencia.
Siguieron con “Receita de Samba” de Jacob Do Bandolim y del acercamiento a la música brasileña pasaron a los llanos venezolanos para interpretar su particular y vanguardista visión del joropo llanero con “Zumbacumlaude”.
La versatilidad de C4 Trío puede disfrutarse a plenitud con dos de sus adaptaciones más brillantes de temas que en su origen nada tienen que ver con la música venezolana. Una de ellas es “Norwegian Wood” de Lennon y McCartney, que fue incluida en el disco de 1965, Rubber Soul, pieza que supuso la inclusión por primera vez del sitar indio, gracias a George Harrison. La vuelta de tuerca que le dan es fabulosa. La otra es “Isn´t She Lovely”, que Glem anuncia jocosamente como una pieza del venezolano Stevie Wonder. La han estado tocando desde hace bastantes años y sigue sonando fresca.
Uno de los momentos cumbres fue cuando invitaron a Omar Acosta a tocar dos temas. El primero de ellos de su autoría, “El Cucarachero” (que Ensamble Gurrufío versionó y que en su próxima visita a Madrid intuimos la tocarán juntos), en la que utilizó flauta traversa. Ramírez anunció el próximo tema, que compuso inspirado en su pequeño hijo cuando se despertaba en las noches riéndose y no llorando. “Vals risueño” fue el momento más exquisito, en el que Acosta tocó una singular flauta bajo. El silencio total del público denotó lo conmovido que estaba.
Tras ese remanso de paz, el grupo anunció el último tema, que suele ser desde hace ya tiempo el despliegue de virtuosismo de cada uno de ellos por separado y en conjunto: “Periquera con seis por derecho”. A lo largo de los 18 minutos, entran en una especie de trance en el que primero Glem hace sus virguerías interplanetarias haciéndonos pensar una vez más que es el Paco de Lucía del cuatro. Luego el turno es para Molina, quien desarrolla un solo más joropeado. Luego entra Padilla para regalar un solo de bajo monumental, en clave de cuatro. Y finalmente Ramírez realiza el más delicado de todos los solos, haciendo uso de la tecnología. Esa variedad es precisamente la que atrapa de C4 Trío. Luego, los tres cuatristas sentados, ofrecen esa especie de ejercicio circense y prestidigitador en el que cruzan brazos y manos en los tres cuatros como preámbulo al apoteósico final, produciendo una ovación siempre eufórica. Y con razón.
A pesar que el tiempo disponible en la sala se había ya cumplido (luego estaba programado otro concierto), hubo tiempo para tocar un último y corto tema, con Acosta de nuevo en tarima.
Como suele ocurrir en Café Berlín, muchos de los presentes pudieron compartir con los músicos, tomarse fotos y mostrar su admiración personalmente. Repartidos ahora entre Medellín, Nueva York y Miami, C4 Trío es el vivo ejemplo de la globalización de la música, pero sobre todo del imparable éxodo que pareciera imparable dadas las complicadísimas circunstancias de Venezuela. Una próxima visita debe apuntar a un teatro y convocar a público más diverso.
Juan Carlos Ballesta (Texto y fotos)