Grimes
Art Angels
4AD. 2015. Canadá
Grimes -Claire Boucher- ha forjado una rareza musical, algo casi inimaginable y, uno pensaría, contradictorio: una obra absoluta de pop extremo; nos ha engañado y confundido con lo que parecía un desordenado pasticho sabor a arco iris y sobredosis melódica, pero que tras un par de escuchas se revela como una avalancha sónica contundente, ultra-disciplinada y decidida, ante la cual no hay resistencia posible. Lo que suena en un primer momento como una mera colección de armonías “con gancho”, pegadas “a lo loco”, es en realidad una virulenta mutación melódica que se sucede a velocidad híper-espacial, como si la efervescencia creativa de Grimes fuese demasiado rápido para nuestro entendimiento. Los cambios de estructura rítmica, las transiciones entre estrofas, coros, puentes y demás pasajes musicales, los inesperados e infinitos detalles sonoros, todo aparece, desaparece y se desarrolla con la lógica salvaje, palpitante y frenética de un huracán.
Existe el impulso de ver al insinuante y seductor Visions (2012), el predecesor de Art Angels y que conserva buena parte del aura mística de aquellos hermosamente etéreos primeros respiros musicales de Grimes, allá en tiempos de Geidi Primes (2010), como la expresión definitiva de su independencia estilística, y toma un tiempo entenderlo, pero las ideas musicales puestas en juego aquí, incluso si parecen beber hasta la ebriedad del pop -aunque Boucher persistentemente se confiesa no apta para “TOP 40 lists”, perteneciente a otra dimensión musical distinta a la pop-, son de una naturaleza tan eruptiva que a su lado Visions termina pareciendo seguro y conservador.
No es que Visions no tenga también una deliciosa debilidad por lo excéntrico y lo ensoñador, pero acá Grimes aniquila aquellos juguetones delirios de hada y se reinventa como una especie de ninfa demencial, con desenfreno expresivo convulsivo, traviesa e insurrecta, su voz insospechadamente cálida e intimista -también irresistiblemente frágil- en “Life in the Vivid Dream”, en otros momentos escalando tonos hasta alturas de caricatura maléfica para estallar en gritos de histerismo vocal absoluto (“Kill V. Maim”), y entre todo esto una vorágine exquisita e intoxicante de pulsos electrónicos compulsivos, guiños melódicos y éxtasis pop.
Es tan exorbitante como suena, perfectamente retratado en la fantástica carátula -dibujada por la misma Grimes, como es usual- hecha como por los impulsos silvestres de un niño casi patológicamente curioso e hiperquinético impaciente por probar todos los colores nuevos que descubre. Es ingenuo, es desordenado, es caprichoso… y absolutamente genuino, a prueba de toda falsedad.
Grimes es una entidad artística absoluta, y no me refiero al hecho de que todo, desde la música que imagina, hasta el último ajuste de producción lo hace ella sola, sino a que es ese rato tipo de artista que es brillante casi sin proponérselo. Indisciplinada en el vestir, agita sus delgadísimos brazos sin ningún sentido coreográfico cuando se sumerge en su música, como movida por un sismo anímico completamente impulsivo, sin filtro intelectual, y dice lo que piensa casi con timidez titubeante, cómo si la idea de una imagen pública fuera sólo una mala sugerencia. Una gema alienígena en bruto, que parece un duende escapado de las leyendas más ancestrales, encontrándose en un mundo extraño de corporaciones, política y modas que intenta descifrar -y quizás conquistar- aliándose con las fuerzas liberadoras y anarquistas de la tecnología, y alcanzando un instante de inesperada consumación en Art Angels.
Gustavo Reyes