El recordado teclista de Desorden Público en su importante período en los años 90 reaparece con un disco solista realmente fantástico
Emigdio + Superpower
Perro
Independiente. 2017. Venezuela
Una de las más agradables sorpresas de 2017 es el regreso del teclista Emigdio Suárez, componente muy importante de la agrupación Desorden Público durante los años 90, vale decir, en la medular de la discografía que puso en el mapa a la banda caraqueña: En descomposición (1990), Canto popular de la vida y muerte (1994), Plomo Revienta (1997) y Diablo (2000).
La llegada del nuevo siglo y el cambio en la situación política y social de Venezuela llevó a Emigdio a retirarse del grupo y años después a irse del país. Desde Miami, donde vive desde hace cuatro años, finalmente ha dado cuerpo a su primer trabajo solista tras un largo proceso de reflexión y maduración de las ideas.
El resultado es Perro, un puñado de diez canciones teñidas de reggae, dub, bugalú, funk y swing caribeño, todo ello pasado por el filtro caraqueño.
Suárez había aportado mucho con su instrumento a Desorden Público, pero apenas algunas pinceladas en el campo de la composición. Aquí finalmente demuestra con creces ese talento que había permanecido agazapado por demasiado tiempo.
Tal como cuenta en su página web, de unas primeras ideas y unos pocos acordes, fue tomando cuerpo cada canción con la participación de varios músicos que se fueron uniendo al proyecto. La Superpower, como decidió bautizar a la banda y el equipo que participó, fue comandado por Erik Aldrey, quien se encargó de la producción, grabación, concepto y mezcla.
La participación de músicos de altos quilates le dio personalidad y peso específico al disco, que fue grabado entre Caracas, Miami, Orlando y Nueva York. La base rítmica compuesta por el baterista José Román Duque y los bajistas Army Zerpa y Javier Espinoza funciona como elemento conductor, manejando un groove maravilloso. Las versátiles guitarras de Hugo Fuguet, Rafa Gómez (Lapamariposa, Bacalao Men, Lila Downs), Antonio Rojas (ex Desorden Público) y Juancho Herrera son ideales para aportar la diversidad tímbrica que requiere una obra de evidente naturaleza mestiza, algo que refuerza la percusión y coros de Jesús Bosque y su hermano Nacho Suárez (Los Amos del Valle).
Además de ellos, hay otros invitados, entre los que destaca Julio Alcócer en percusión y grabación en Caracas.
“Paradise” abre el disco, con su letra crítica sobre la hipocresía de algunos gobiernos que se autodenominan “populares”, los paraísos fiscales, la droga que circula por América…Es un buen comienzo que desde la primera audición ofrece buenos augurios. Sigue el poderoso reggae (casi dub) cruzado con bugalú, “Angélica”, una adaptación fantástica del bolero popularizado por el sonero mayor Ismael Rivero “Maelo”.
El tema que da nombre al disco es un funk con un sinte que podría recordar a Armando Figueredo con Los Amigos Invisibles. Destacan las participaciones de Osvaldo Fleitez (trompeta) y Norlan Díaz (saxo). “Perro no come mango porque no mira pa’rriba”…
“Montaña y sereno” pareciera un bugalú compuesto en Arizona. Su tumbao es un híbrido magnífico, mientras Emigdio (con obvias influencias de Horacio Blanco) canta cosas como “después de la cinco ‘e la tarde todo el mundo nervioso / porque aquello se vuelve la ciudad de los locos / un millón de locos”.
En la parte final la intervención de la guitarra eléctrica termina de envenenar la canción. Sorprende la versión del rock steady “The Tide is High”, el tema de John Holt que con su inolvidable voz grabó en 1966 con la banda The Paragons y que años después versionara Blondie. Suárez la convierte en una especie de disimulado mento con pinceladas de calipso. Brillante versión.
Las sorpresas no cesan. “Africa II” es una actualización del tema “Africa”, una de las dos composiciones que Suárez recupera de su etapa con Desorden Público (esta co-compuesta con Horacio Blanco para Diablo, su último disco con la banda), justo porque no había quedado conforme.
A decir verdad, esta versión suena soberbia, a medio camino entre el afrobeat de Fela Kuti, los tambores afrovenezolanos y el blues subsahariano de Tinariwen. Es, sin duda, uno de los puntos álgidos del disco.
El siguiente tema, “Piedra sobre piedra”, con Blanco compartiendo el rol vocal con Suárez, es otra piedra angular en este trabajo. “Roca sobre roca, piedra sobre piedra / testigos y culpables de una época revuelta / se morderá la cola esa culebra siempre inquieta / si a mí me lo preguntan, quiero pan no metralleta” canta Horacio en la primera estrofa, dando paso a Suárez que sigue con palabras sabias “Condenados que defienden su condena / utilizan la arrogancia como bandera / el espíritu de Atila corriendo por sus venas / piedra no dejaron sobre piedra, pero después del desamparo siempre queda tierra fértil donde volverá a crecer la yerba”.
Es un reggae poderoso, con batería de José Manuel Roura “Mamel” (Los Amigos Invisibles) y una letra de denuncia pero esperanzadora que se apoya en sendos mensajes de Renny Ottolina (“el problema es mental, no emocional”) y Arturo Úslar Pietri (“tenemos que curarnos de deformación y de mentiras”)…
“Power” cambia la tónica con un ritmo a medio camino entre la cumbia y el ska. “No tengo sombras en la conciencia / Avísale que yo tengo el poder”, declama Suárez, tratando que ese mensaje llegue a los que en realidad han secuestrado ese poder.
En “La bala y la diana”, Emigdio aborda el tema de la búsqueda individual de la libertad, y aunque no lo dice directamente, se intuye que tiene que ver con el venezolano.
El disco concluye con “Rozas azules”, el otro tema de su época con D.P. (del disco Canto popular de la vida y muerte, 1994). En este caso la actualización acelera el ritmo original y desaparece los metales, la vuelve un funk y la aleja del esquema reggae no tan habitual en Desorden Público. La voz de Lila Morillo orbita fantasmal en la pieza. No es adecuado evaluar si es mejor o peor que la original, simplemente es distinta y ese es el aporte.
Emigdio Suárez ha logrado concebir uno de los mejores discos venezolanos de 2017. Más que bienvenida esta reaparición.
Juan Carlos Ballesta