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El Taller de los Juglares y la Caperucita Criolla

El Taller de Los juglares

El dúo de Andrés Barrios y Bartolomé Díaz presentó la imaginativa adaptación musical de la singular obra del recordado Aquiles Nazoa

El Taller de los Juglares presenta “Caperucita Criolla”
Concierto en Hacienda La Trinidad Parque Cultural, Caracas

(Octubre 1, 2017)

 
Bartolomé Díaz y Andrés Barrios lo volvieron a hacer. Cada proyecto que emprenden, bien sea como El Taller de los Juglares, como Décimo Nónico o con cualquier otro de sus inventos, siempre sorprende y nos reta.

En tiempos recientes ya han abordado con tino la obra del escritor caraqueño Aquiles Nazoa, cabe recordar la “Reláfica del Negro y la Policía”, que tocaron en el mismo lugar y para la que luego concibieron un gran video.

Ahora han decidido abordar la “Caperucita Criolla”, la particular forma iconoclasta y contestataria que tuvo Nazoa de adentrarse en el famoso cuento “infantil” medieval, originalmente de tradición oral y que el francés Charles Perrault incluyó por primera vez en un libro de cuentos infantiles en 1697.

El cuento pretendía prevenir a las jóvenes de no confiar en desconocidos, pero incluía elementos algo sórdidos sobre la muerte sangrienta de la abuelita por parte del “lobo feroz”, así como un bizarro erotismo. Dos siglos después los famosos hermanos Grimm le dieron un giro menos erótico y con final feliz, siendo el que finalmente se transmitió a las generaciones del siglo 20.




Nazoa hizo su propia versión, adaptada a la idiosincrasia venezolana y a su propia visión de escritor. Era, por lo tanto, un interesante reto para El Taller de los Juglares, componer música para esta historia y concebir una puesta en escena atractiva para niños y adultos.

La llamaron “operita bufa”, y con toda razón. Barrios en el papel de narrador, el lobo y la caperucita, se desdobla de manera brillante, gesticulando con su rostro y manos, tocando el serrucho con arco de violín y acudiendo al kazoo cuando es necesario y en definitiva construyendo una interesante narrativa que se desarrolla sobra la base de una muy interesante instrumentación que Bartolomé Díaz arma con su guitarra y milagrosa pedalera Roland, que hace que ella suena a todo menos a guitarra.

La Caperucita Criolla, tal como dicen los autores de la maravillosa osadía, es un intento de resquebrajar los conceptos relacionados con la música infantil, tratando de ofrecer al niño una obra que incentive si inteligencia, sensibilidad, pureza e ilimitada imaginación.

El público presente estuvo compuesto por personas de todas las edades, desde niños muy pequeños hasta abuelos de avanzada edad. La operita está constituida por dos actos perfectamente diferenciables. En el primero, Barrios permanece sentado. En el preámbulo, el narrador anuncia:

“Historia de una niñita que sufrió mil contingencias por no encontrar diferencias entre un lobo y su abuelita”

Y de inmediato saca de uno de sus muchos bolsillos un papel doblado que al desplegarlo dice: ACTO I. Y comienza su triple rol que va intercalando




(El Lobo)

Yo soy el lobo de la pradera; soy una fiera fenomenal. Comiendo viejas en estofado me he titulado campeón mundial.

Hoy he salido de cacería, y a fe que el día no ha estado mal, pues para un plato de buen hervido ya he conseguido lo principal: Un araguato que está exquisito, un cochinito que es un panal, una cotorra que está divina, y una gallina  sensacional.

Mas… ¿por qué se tornan rojos mis colmillos puntiagudos? ¿Por qué comienzan los ojos a ponérseme puyudos?

(Narrador)

(Y es que, del rancho que habita, que está por allí cercano, con un canasto en la mano viene la Caperucita.)

(Caperucita)

¡Oh primavera, tiempo divino!… ¡Huele a cochino con azafrán!

Hacia los campos todo me invita. Todo me grita:

-Comán, comán.

(come on, come on)

Las aves todas, tanto el tucuso como el lechuzo y el gavilán, de aquestas ramas en los renuevos, sabrosos huevos poniendo están.

En mi gorrito prendí azucenas, lindas cayenas y un tulipán. Con tantas flores, mi lindo gorro parece un forro de paraván.

(Narrador)

(Al paso le sale el lobo y, una vez en su presencia, tras una gran reverencia, le pregunta con arrobo:)

(El lobo)

¿Dónde vas, voto a los cielos, por esta selva sombría, cuyo aspecto en pleno día para de punta los pelos? ¿No le temes al zancudo, no te asusta el cigarrón? ¿No te amedrenta el picudo que se come el algodón?

(Caperucita)

¿Yo asustarme como un rorro? ¡Yo no corro ni con plan! ¡Yo soy guapa como Chita, la monita de Tarzán!

(El lobo)

¿Y a dónde, capricho, me has dicho que vas? ¿Al pueblo tan sólo o al Polo quizás?

(Caperucita)

¿No sabes? Mi abuela Manuela Carrión ha estado sufriendo de horrendo pestón, y en est bonito cestito alemán le llevo guayoyo y un bollo de pan.

(Narrador)

(Como si esto el timbre fuera de un reloj despertador, siente el lobo que la fiera se despierta en su interior.)

(El lobo)

¿Con que allá vas en verdad? Pues, hombre, maldita sea: Yo también voy a la aldea. ¡Miren qué casualidad!…Te apuesto medio pudín al que llegue antes allá.

(Caperucita)

¿Y cuándo salimos?

(El lobo)

Cuando yo te diga “¡Pin!”

(Narrador)

(En efecto, le hace “¡Pin!” y emprenden los dos el viaje: la niña viendo el paisaje

y el lobo bailando swing)




Al final del primer acto fue interesante constatar que una parte de los niños seguían atentos la historia mientras otros lucían algo desconcertados pero reían con las expresiones de Andrés.

Los adultos, entre ellos muchos fieles de ambos músicos, disfrutaban a plenitud, unos sentados dentro de la terraza techada y otros de pie bajo un inclemente sol. Jamás como esta vez, había asistido tanto público a uno de sus espectáculos, desbordando la capacidad logística del personal, que se mostraba receloso con la obra multimedia de Gabriela Gamboa exhibida en el interior pero también en la terraza.

El segundo acto resulta sorprendente por el giro que Nazoa le da al famoso cuento.

El Taller de Los juglaresEl Taller de Los juglares

(Narrador)

Casa que habita cierta viejita que no se ve, porque ya el lobo la ha suplantado y está acostado como un bebé.

Para que crean que él es la dama, bajo el piyama tiene un corsé. Carga un pañuelo para la baba y hasta una esclava luce en el pie.

Suena la puerta y el lobo grita, que si es visita no puede entrar…

(El lobo)

Mas si es mi nieta, que entre ligero, pues yo la espero para almorzar.

(Narrador)

(Como está echada la llavecita, Caperucita no puede entrar, y a abrir entonces el lobo horrendo ale tejiendo por despistar)

(El lobo)




Caperucita de mis amores, ¿trajiste flores para mi altar?¿Qué tal tu madre y el tío Rosendo? ¿Siguen bebiendo para olvidar? ¿Cómo están todos allá en el cerro? ¿Cómo está el perro y el turupial? ¿Qué tal el burro? ¿Cómo está el burro? ¿Ya salió el burro del hospital?

Bueno, mijita, quítate el gorro y en el chinchorro ven a charlar. ¿Quieres un palo de zamurito o un anisito para entonar?

(Caperucita)

Pero, abuelita, ¡si hasta hace días tú no bebías sino café!

(El lobo)

Pero me dieron en los tendones tantas fricciones, que me envicié.

(Caperucita)

Hablas de extraña manera, la voz te suena sombría…

(El lobo)

Es que a mi la pulmonía me da con mucha ronquera.

(Caperucita)

¡Concha, abuelita, palo de orejas! Después te quejas de la calor…

(El lobo)

Así grandotas me gustan mucho, porque te escucho mucho mejor.

(Caperucita)

Abuela, ¿será pecado confesarte con franqueza que tú de pies a cabeza hueles a perro encerrado?

(El lobo)

Es que a causa del pestón, ya tengo yo más de un año que no hago por darme un baño ni siquiera la mención. Pero ven, Caperucita, que, ¡caramba, no hay derecho, todavía no le has hecho ni un cariño a tu abuelita!

(Caperucita)

¡Uy!

(El lobo)

¿Por qué gritas? ¿Algo te escama?

(Caperucita)

Como una guama tienes la piel. Tienes el pecho más capiloso que el prestigioso Pedro Miguel.

(El lobo)

No soy culpable de ese pelero; fue que el barbero no vino ayer. Y en mis asuntos no se inmiscuya: ¡Coja esa puya  que oí caer!

(Narrador)

(A recoger el centavo se agacha Caperucita y observa que su abuelita tiene tres metros de rabo.)

(Caperucita)




No sé si será un hechizo que yo de entender no acabo; pero abuela, ¡aquí hay un rabo más peludo que el carrizo! Tiene una larga extensión y el pelo es como de ardita… ¿De dónde, dime, abuelita, sacaste el rabo en cuestión?

(El lobo)

(Explosivo) ¡Vaya a la porra esta voz  que la garganta me irrita! ¡Qué abuelita ni abuelita: yo soy el Lobo Feroz!

(Narrador)

(Y terminando la pantomima, se le va encima con furia tal, que deja el traje de la chiquilla como pajilla de Carnaval)

(El lobo)

Hace dos horas maté a tu abuela y en mortadela la convertí. ¡Y algo me dice, por lo que miro, que en este tiro te toca a ti!…

(Narrador)

(Le da un pellizco,le tuerce el brazo, le da un fondazo, le hace un chichón, pero la niña se lo desquita, y aunque es chiquita le echa pichón.

Y cambia su situación porque en forma sorpresiva  lo ha puesto manos arriba con un topocho pintón)

(Caperucita)

Te doy la voz de arresto por pillo y por bribón, entrégate o, con esto, te rompo el pantalón.

(El lobo)

Está bien, estoy vencido; pero si hubiese triunfado, lo mismo hubiese pasado: yo no te hubiera comido. Mi maldad, mi facha fosca, mi fiero instinto, mi saña, todo eso es pura patraña: yo no mato ni a una mosca.

(Caperucita)

De hablar zoquetadas deja, no hagas frases infelices, que con todo lo que dices ¡tú te comiste a la vieja!

(El lobo)

Eso es mentira, ¡ay de mi! Que al verla tan indefensa la encerré en una despensa, pero no me la comí. Pero ¿Qué escucho? ¿Qué es lo que suena? ¿Será sirena? ¿Será timbal?

(Caperucita)

Yo juraría por mi bandera que es la Perrera Municipal.

(El lobo)

¿Y es para acá?

(Caperucita)

Voy a ver… ¡Sí, sí, sí; ya está cerquita! ¡Y allá viene mi abuelita sentada con el chofer!

(El lobo)

¡Ah! Comienzo a comprender. Es que la anciana en cuestión, en pago a la compasión que yo por ella sintiera, fue a llamar a la perrera para meterme en prisión.

(Narrador)

(Entra un tipo uniformado, y al lobo, que no protesta, se lo lleva en una cesta como si fuera un mandado.)

(Caperucita)

Lobo, ¡perdóname!…

(El lobo)

¡Adiós, Caperucita!… Culpable soy, bien lo sé, de cuanto aquí me ha pasado por no haberte devorado cuando en el campo te hallé. Pero en aquella ocasión actuar no pude por bobo: ¡Yo no sirvo para lobo; tengo muy buen corazón!

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Andrés saca de inmediato el cartel de “Aplaudan” y “Desalojen la sala”, ante el raudal de aplausos y el agradecimiento de los presentes. Sin duda, Díaz y Barrios nos volvieron a sorprender.

Juan Carlos Ballesta