El dúo chileno afincado en Madrid presentó su nuevo disco con una atractiva puesta en escena multidisciplinaria
Emilia y Pablo
Concierto en Teatros del Canal, Sala Verde, Madrid
FIAS 2022
(Marzo 11, 2022)
La música latinoamericana es un crisol inmenso. En medio de la amplia oferta, encontrarse con Emilia Lazo Escudero y Pablo Cáceres Blázquez -dos chilenos con una década residiendo en Madrid- es revelador de que sí es posible un giro de tuerca lo suficientemente arriesgado como para sonar distinto, sin por ello romper del todo con las formas originales.
El dúo echa mano de chacareras, tonadas, cuecas, boleros, merengues venezolanos, sones, flamenco y más, para mezclar y redimensionar el rico legado de Latinoamérica, con pinceladas ibéricas, especialmente del flamenco.
El dúo publicó el pasado 2021su fabuloso disco debut, Territorio de Delirio (parte de nuestra lista de favoritos Los mejores 40 discos latinoamericanos de 2021), que ahora presentan en el marco del FIAS 2022 acompañado de una atractiva puesta en escena en la que danza y gestualidad (ambos son actores) potencian el componente musical.
Emilia (voz y guitarra), Pablo (voz, guitarra, charango y charangón), estuvieron acompañados por Iván Mellén Aparicio (percusión), Oscar Trujillo Rivero (violonchelo) y Marta Bautista Serrano (contrabajo y sintetizador), quienes tocaron ataviados con larga vestimenta, sombreros de ala ancha y una especie de velo que cubría sus rostros.
El cuerpo de actores-bailarines que forman parte del Colectivo Delirio fue elemento consustancial del concierto, a veces con presencia en forma de siluetas en movimiento y otras un tanto más intrusiva.
La dirección escénica, movimiento y gesto fue responsabilidad de Darío Sigco, con dirección de arte de Nikolás Téllez, y diseño sonoro de Emilio Pascual.
El lento andar de uno de los actores -desnudo en la penumbra- con una especie de vasija de la que vertió arena en el circulo central del que sobresalían ocho manos alrededor de una bombilla, dio comienzo al concierto.

Al abandonar el escenario, Emilia y Pablo -ambos descalzos- comenzaron a cantar a capella “Canto del desierto – Contención” seguida de la maravillosa “Temblor – Enajenación”, temas en los que el dúo impresiona con sus habilidades vocales e histriónicas, con atractivos movimientos de interacción alrededor del círculo de manos.
Siguieron con el tema título “Territorio de Delirio – Zona Cero”, con poema de la poetisa colombiana Patricia Iriarte, que comienza con una delicada guitarra acústica, sigilosa percusión, un contrabajo de aire misterioso y la dramática voz de Emilia, y luego desemboca en una danza andina.


Abordaron el repertorio de forma distinta al orden en que los temas aparecen en el disco, pero ello obedeció a la dinámica relacionada con la teatralización de cada canción.
Con su gestualidad y expresión corporal cercana al flamenco, Emilia casi bailaba estando sentada, mientras que Pablo cautivaba con su singular forma de bailar cada vez que tocaba estar de pie.
En “El Sol quema – Explosión”, Emilia recordó en algo a Lhasa de Sela y a Lila Downs en su forma de cantar, mientras que musicalmente la pieza va del sosiego de una nana a la festividad de una chacarera.
“Belleza antigua – Distensión” posee una estructura similar, primero unos minutos de sosiego y luego el espíritu de la danza. De seguidas, un melancólico violonchelo da inicio a “Estela”, sensible pieza de aroma romántico no incluida en el disco.
La atmósfera de poético bucolismo continuó con “Sonrío – Convulsión”, con las voces de ambos entrelazándose en frases como “…y si la pena me vuelve, sonrío” y un fantasmal chelo sirviendo de telón de fondo. Al terminar, euforia del público.
El contrabajo dio inicio a “Flores Muertas – Exasperación”, dando paso a unos delicados arpegios de guitarra y entonces a la voz de Emilia. Aunque los quejíos de Niño de Elche (invitado en el disco) se echaron en falta, Pablo hizo un estupendo aporte en esta pieza -en los coros y movimientos- que se transforma en un elaborado son cubano en el que las congas cobran protagonismo. La frase “ha nacido un campo con flores muertas” pone la dramática guinda final.
El chelo dio comienzo a “Pájaro – Expansión”, un bolero que nos acunó y en el que musicalizan el poema de la colombiana Irina Henríquez. Dio paso a “Música al mundo – Pulsión”, una pieza delicada en la que las cuerdas serpentean con candor alrededor de la voz de Emilia.
El sonido del viento nos introdujo en “Oda a la Voz”, y sobre él una fantasmal guitarra eléctrica con efectos de delay funcionó como música incidental de alguna película imaginaria. Surgió entonces Emilia para explotar magistralmente las posibilidades de su voz.
La única versión del disco fue el conocido merengue “La Negra Atilia” del compositor venezolano Pablo Camacaro, interesante adaptación que añade una protagónica percusión y palmas. La coreografía fue quizá un poco invasiva y terminó con dos de las bailarinas notablemente jadeantes.
“Canto Final”, un tema a capella que bien podría ser un canto medieval puso punto final a un concierto distinto a lo habitual, sin duda muy interesante. El público retribuyó la entrega de músicos y elenco con sonoros aplausos.
Juan Carlos Ballesta