HMLTD
Hate Music Last Time Deleted
RCA Records. 2018. Inglaterra
La agrupación inglesa HMLTD tiene una verdadera obsesión por lo desbordado. Sus integrantes poseen aspiraciones de grandeza: piensan forjar una revolución cultural de muchos niveles. Hablan de instigar nada menos que un movimiento artístico, estético y de actitud, y para ejecutar este plan trascendental recurren a la música como amalgama densa y multiforme, de impacto fulminante, a la ambigüedad como flujo infinito de significados cambiantes y al performance como el acto más definitivo y consumado de confrontación, sin espacio para pasividades.
Hablando más claro: música que violenta, sin aviso ni patrón definido, las fronteras más sagradas entre géneros, difundida mediante una puesta en escena abrumadora y avasallante, casi agresivamente intrusiva, electrizada con una teatralidad y drama exprimidos hasta lo que pareciera ser el límite entre la seriedad filosófica y una especie de neo-burlesque sublimado.
Existen ya seguidores de la banda que se quejan, como confundidos, de que algunos de sus “nuevos” temas no son lo mismo que sus canciones “de antes”, y estamos hablando de un grupo que aún no tiene un primer álbum en circulación. Es una enigmática estrategia de seducción basada en lo contundente y lo impredecible, que no deja al seducido -el público- tiempo para reaccionar o si quiera pensar. No puedes conjeturar a qué sonará un próximo tema la banda.
Ni siquiera podemos saber con certeza qué significa su nombre -¿El título de este “EP debut”? ¿La palabra “humiliated” (humillado) sin vocales? ¿La trivial y obvia contracción de su primera identidad (Happy Meal Ltd.)?. Ellos -el “frontman” Henry Chisholm, James y Duke (guitarras), Nico (bajo), Achilleas (batería) y Zac (teclados)- ni se apresuran en aclararlo y de hecho confiesan abiertamente que no significa nada y a la vez todo lo que se nos ocurra.
En escena y musicalmente juegan con todo un arsenal de imaginería andrógina, moda sadomasoquista y una suerte de estética o flirteo trans-género que parece desdibujar y redibujar lo masculino y lo femenino -y absolutamente todo lo que existe entre ellos- una y otra vez de modo persistente, y así como se deleitan en caminar una especie de delgada línea entre imaginación exquisita y mal gusto, en sus relaciones públicas son igualmente difusos, a ratos reveladores, en otros momentos no yendo a ningún lado en particular.
Pero algo dejan claro: quieren cambiar las reglas. El sexteto posee una fe inquebrantable en la capacidad del público para aceptar algo nuevo, diferente y radical, es decir, a ellos. Aseguran que el streaming ha acabado con los gustos atrincherados y que no hay nada más natural para cualquier ser humano contemporáneo que escuchar música de todos los géneros posibles sin conflictos conceptuales de ningún tipo, tomando un poco de allá y de acá como dispuestos en una mega-playlist de envergadura global y multi-temporal. Su misión, virtualmente confesa, es penetrar el mainstream y desconfigurarlo desde adentro
Cualquiera con una dosis necesaria de sano cinismo sonreirá en silencio al leer esto, pero lo cierto es que estos tipos en sus pocos años de vida han logrado algo inusitado: hacerse notar a punta de asaltos musicales sorpresa y una visión absolutamente ecléctica de la música, invitando a la misma fiesta al glam, el dance, la electrónica, las guitarras ruidosas, la música industrial y gótica, el trap y cualquier otra cosa que se atraviese en el camino -son una verdadera cacofonía de estilos- y a pesar de ello entrar rápida y sorprendentemente al “sistema” de la mano del gigante Sony sin aparentemente negociar su libertad.
El resultado aún está por verse, y es que la banda opera en modo un tanto misterioso. Han producido una buena muestra de canciones, unas más perfectas que otras, todas piezas de un gigantesco rompecabezas que aún no sabemos cómo se verá, y han salido al ruedo con suficiente frecuencia y confianza como para seguir llamando la atención y polarizando a un público que muchas veces no sabe si los tipos son unos genios post-post-punk (sí, doble “post”), post-industriales y post-pop o una especie de maestros incomprendidos de la auto-parodia, y de paso aseguran que de este repertorio itinerante ningún tema irá a su primer álbum, aún no muy visible en el horizonte por razones poco claras, lo que convierte a Hate Music Last Time Deleted en una especie de promesa todavía por cumplirse.
Se trata de un EP pequeño -demasiado pequeño- bastante irregular, difícilmente perfecto, pero con suficiente suciedad, atrevimiento y frenesí como para mantenernos en una especie de alerta a ratos obsesiva. Los HLMTD no saben cómo ser aburridos; entienden el irresistible y adictivo atractivo que tiene el sabor de lo decadente y lo impío, y nacieron con el instinto afilado para secretarlo en su música. Usan las guitarras como si fueran martillos de acero y las combinan con murallas de sintetizadores y una concepción rítmica que es a la vez mecánica, volcánica, oscura y -de algún modo inesperado- absolutamente bailable, creando un idioma musical cargado de misterio, penumbra, ansiedad, neurosis, laberintos mentales, una sensualidad a ratos sugestivamente erotizada, y una dosis precisa de melancolía, a veces con dimensiones abismales, pero que de algún modo detona en nosotros una especie rara de euforia y exaltación. En esta era que ha visto al rock volverse viejo -algunos dicen que ya murió- y en la que la imagen de un grupo de músicos con guitarra, bajo y baquetas se ve como algo a ratos demasiado “clásico” -a veces hasta prehistórico- estos tipos son una rareza bendita: una banda rock que no suena a banda rock.
Pero nada de esto nos explica del todo a un acto tan predispuesto a las permutaciones, y lo que en “Pictures of You” -un comentario sobre despecho, círculos viciosos, voyeurismo siniestro y el secuestro de nuestra vida sentimental por las redes sociales- nos suena como a Depeche Mode al borde un colapso claustrofóbico, en “Mannequin” se convierte en una especie de una plegaria alucinante en la que se entrecruzan la soledad y el fetichismo en su expresión más radical y retorcida, todo al pulsante ritmo de un bajo que podría haber sido extraído de los archivos de synth pop de décadas pasadas, pero que posee toda la voracidad saturada y sobrecargada de la era del Internet.
“Apple of My Eye” encuentra a la banda en su estado más pop -lo que en este caso significa lo más parecido a una canción convencional de lo que son capaces, que no es mucho- con la voz de Chisholm, capaz de sonar suplicante, herida y psicótica a la vez, quebrándose en una extraña vulnerabilidad en sus momentos más vociferantes, e incluso histéricos. Nada arrullador el asunto… y completamente deleitable. Pero ni siquiera los pequeños placeres de estos temas nos preparan para “Proxy Love”. Nos toma apenas unos segundos de escucha para saber de inmediato que ésta es la entidad protagónica de este pequeño trabajo de presentación, incluso si no fue puesto aquí con esa intención. Es el punto en el que pasamos de sentirnos intrigados por su música a un estado de divertido e híper-estimulante arrebato.
El tema abre de sobresalto, con golpes de sintetizadores contundentes e hiperbólicos, como bofetadas sónicas decididas a sacarnos de cualquier apatía o sensación de tranquilidad que pudiésemos albergar. Entendemos de inmediato que la banda nos prepara para algo vertiginoso, y aún así, es casi imposible imaginar un tema como este: una especie de replanteamiento extremo del britpop, tomando aquella energía festiva y contestataria y aquel espíritu de “épica del hombre de la calle”, para darle un giro irónico a todo y hacer una especie de apología descreída y sarcástica sobre el amor como falso grial, como ideal de sumisión que nos rebaja y desequilibra, pero sin el cual no sabemos -ni queremos- vivir. Con su coro falsamente enaltecedor, sus arreglos logrados a costa de violentar los sonidos hasta el punto de ruido y deformación, y su aura de desquiciamiento indetenible la banda a imaginado un himno forjado en ácido, muy divertido y pegajoso, que suena como si el “Common People”, de Pulp, hubiese sido remezclado para un rave, recrudecido, reenergizado. El tipo de tema al que vas a volver una y otra y otra y otra vez… inevitablemente.
HMLTD forma parte de lo que mucha prensa busca catalogar como una especie de nueva escena rock londinense, con dos de sus bandas insignia, Goat Girl y Shame, editando sendos trabajos debut en 2018, pero esto es casi una hipótesis fallida. No sólo sus objetivos son más ambiciosos sino que de hecho ninguno de sus integrantes nació en la capital británica: tres son ingleses de otras ciudades y el resto viene de Francia, Grecia y Hong Kong. Ocurrió que Londres con su inquieta vitalidad fue simplemente el punto sobre el que inevitablemente convergieron sus diversas búsquedas, y de hecho, estos tipos sueñan con vivir en Los Angeles como toda superestrella pop que se precie de serlo.
Y no nos sorprende. Cuando vemos a Chisholm dando entrevistas, con su aspecto de híbrido entre el Simon Le Bon del Duran Duran de los 80 y el Bowie de Diamond Dogs, como creado accidentalmente por algún raro desperfecto de recomposición molecular de la transportadora del Enterprise (Star Trek), hablando con ese acento afectado que es pura sofisticación forzada pero que él intenta presentar como si fuera maneras elegantes y que sabemos que es petulancia absolutamente juvenil y trillada -y que es precisamente parte de su encanto y atractivo-, entendemos que por sus venas hierve ese raro egoísmo idealizado e irresistible de quienes aman los reflectores y ser el centro de las tormentas. De aquellos dispuestos a que la vida no pase por ellos sin darse cuenta de quienes son, así tengan que ver a la fama y al mundo directamente a los ojos pudiendo morir en el intento.
En escena -y fuera de ella- la banda juega al exceso, sea sonoro, estético o interpretativo, y parecen desenvolverse en un limbo fluctuante que puede contener elementos del Joker, el vanguardismo “porno” de Tinto Brass o la moda de los neo-románticos de comienzos de los 80 de manera inesperada y arbitraria. No están interesados en causas, justicias sociales o en ser los mensajeros de nada relacionado con los trends políticos y reivindicativos actuales -gracias a Dios- lo cual los convierte en unos verdaderos renegados y “freaks” de la escena pop actual. Unos “freaks” que saben que en la nostalgia y lo retro solo hay pasado reciclado y, en última instancia, caduco. Saben que en el mundo actual, los 15 minutos de fama prometidos por Warhol para todos nosotros, se han convertido en 40 segundos, el tiempo que duramos escuchando un track en streaming antes de brincar al siguiente, y por eso, más que querer navegar sin naufragar en la marea híper-fluctuante, convulsiva e impredecible -y abrumadoramente efímera- del pop actual aspiran de hecho a convertirse ellos mismos en esa marea.
Gustavo Reyes