En 1995 la banda española lanzó su primer álbum, comenzado una fructífera carrera que la convirtió en piedra angular del post rock español
En 2020 se cumplieron 25 años de la edición de Manta Ray (Subterfuge, 1995), uno de los discos claves del rock español de los años 90. Aquel álbum, a pesar de estar cantado en inglés, significó un antes y un después en la vanguardia pop ibérica.
Otros siete discos conformaron un cuerpo de trabajo fenomenal a lo largo de 11 años. Catorce años después de su último álbum, su obra sigue resonando
Juan Carlos Ballesta
Manta Ray nació en Gijón, ciudad anclada en la norteña provincia de Asturias, la zona más montañosa de España, y desde el principio quedó claro que apuntaban alto, quizá a los Picos de Europa. Eran para el primer disco Nacho Alvarez (bajo), José Luis García (voz, guitarra), Nacho Vegas (guitarras) -más tarde convertido en un soberbio cantautor- y José Luis Ablanedo (batería)
Para entonces, acababa de acuñarse un término de amplio espectro, “post-rock”, en referencia a muchas bandas que estaban redimensionando el lenguaje del rock, un abanico que abarcaba grupos como Tortoise, Moonskake, Long Fin Killie, Bark Psychosis y una larga lista. Manta Ray se erigió, con apenas un álbum y Escuezme! EP de 1994, en la punta de lanza del post-rock español.
Con la formación estable que sumó a Frank Rudow (percusiones, sintetizadores) y Xabel Vegas ( batería) en sustitución de Ablanedo, el siguiente paso fue Diminuto Cielo (Astro, 1997), una sorprendente colaboración con Javier Corcobado.
El mismo año vio la luz el disco compartido con la banda francesa Diabologum, La última historia de seducción (Astro, 1997), con tres canciones de cada grupo.
La consagración llegó con Pequeñas puertas que se abren, pequeñas puertas que se cierran (Astro, 1998), una obra sugerente y misteriosa, repleta de matices y profundas reflexiones sonoras, que dio pié para un disco de remixes. En él participaron Chris Brokaw y Thalia Zedek de Come.
Transformada en una referencia, la banda obtiene por dos años consecutivos el reconocimiento como mejor grupo en vivo, según Rock De Lux, revista que luego editaría Score (1999), grabado en directo en el Festival de Cine de Gijón.
La sorpresa llegó con el retiro de Nacho Vegas, dando pié para que el cuarteto restante concibiera Esperanza (Astro, 2000), con nuevas influencias provenientes del krautrock (Can, Neu!).
Un año después realizan otro trabajo conjunto, Heptágono (Sandwich Records, 2001), esta vez con el grupo madrileño Schwarz, con piezas propias y versiones de Eno y Kraftwerk.
La siguiente producción, Estratexa (Acuarela, 2003) representó otro paso hacia delante, gracias a una atinada mezcla de voces distorsionadas, contundentes guitarras, calma y frenetismo muy bien alternados, dosis de krautrock, crescendos cercanos a la escuela canadiense de post-rock e influencias de grupos como Sonic Youth.
Tras un silencio de tres años, volvieron con Torres de Electricidad (Acuarela, 2006), un disco emparentado con el anterior pero aún más crudo, eléctrico y visceral que dejaba a un lado el énfasis en los arreglos preciosistas- aunque los hay- y las composiciones conceptuales, y que por fin es dominado por el idioma español.
Dos años después el grupo anunció que cesaba de existir, dejando sembradas sus particulares coordenadas.
El impacto y capacidad de sorpresa del grupo gijonés siguen siendo notables.