El 17 de junio de 2003 la agrupación escocesa de post rock publicó su cuarto álbum, un inmenso paso adelante en su carrera y sonido
Mogwai
Happy Songs For Happy People
Matador. 2003. Escocia
La cuarta entrega de larga duración de Mogwai, Happy Songs For Happy People, fue definitivamente una de las noticias musicales mas importantes del año 2003.
Con un ajustado balance entre las paredes de ruido blanco guitarrero que ya les conocíamos y la delicadeza de sencillos arreglos de cuerdas bañados de reverberación electrónica, el quinteto escocés logró un disco intelectual y al mismo tiempo emotivo, que golpea a varios niveles simultáneamente.
Stuart Braithwaite y compañía grabaron un disco relativamente corto, de escasos 41 minutos, pero sin desperdicios, con un sonido complejo y directo al mismo tiempo, lleno de pequeños ganchos melódicos que se mueven sobre texturas que denotan gran cuidado en los detalles, en la ubicación de cada sonido, en el volumen de cada nota.
Este es uno de esos discos que debe escucharse a un volumen razonablemente alto para poder apreciar el rango dinámico que emplea la banda con particular destreza.
“Hunted by a Freak” abre el disco y enseguida destaca el uso del Vocoder por parte de Barry Burns, que comenzaba a figurar de manera mas prominente en el balance sonoro tambien con sus teclados.
Este recurso es empleado también en «Killing All the Flies» en medio de texturas de teclados profundamente orgánicas, apoyadas en sonidos de Mellotron y el acompañamiento de los invitados Luke Sutherland (violín) y Caroline Barber (cello).
La mayoría de las piezas juegan con contrastes dinámicos que alternan momentos de cuidadosa instrumentación con violentos pasajes de guitarras llenas de feedback y distorsión, algo que los emparenta con Godspeed You! Black Emperor, pero a diferencia de los canadienses el desarrollo de las piezas es mucho mas compacto.
En apenas tres minutos Mogwai desarrolla estructuras musicales con muchísimo movimiento, controlando las explosiones sonoras, que nunca llegan a desbordarse. Otro elemento de contraste que encontramos también es un juego peculiar entre el título optimista del disco y los títulos a menudo pesimistas y un tanto obscuros de las piezas individuales.
Happy Songs For Happy People presenta algunos oasis de forma espaciada en piezas como «Moses i Amn’t«, donde las guitarras con feedback y la distorsión están enterradas muy al fondo en la mezcla, como un efecto de ambiente, desnudando a la banda de una manera impactante y trayendo al frente el cálido sonido del cello.
«Boring Machines Disturb Sleep» sigue una línea similar, pero dándole mas reverberación a los sonidos electrónicos de ambiente que cubren la voz del segundo guitarrista John Cummings, quien canta por debajo del resto de los instrumentos, como una parte mas del arreglo.
El tempo de todo el disco es en general bastante lento, con la base rítmica dejando muchos espacios que son rellenados con la interacción característica de las guitarras de Mogwai.
El clímax guitarrístico que nos traen Braithwaite y Cummings en esta ocasión es el track número 6: «Ratts of the Capital«, la pieza mas larga de la colección, por encima de los ocho minutos, y que poco a poco llega a esas sonoridades casi heavy metal, a mitad de camino entre Black Sabbath y Godspeed You! Black Emperor.
«Kids Will Be Skeletons» presenta a Barry Burns llevando la clave melódica del tema con sus acordes de órgano y al mismo tiempo creando un sólido fondo sobre el cual se mueve el resto de la banda que va construyendo un sutil crescendo alrededor de los arpegios de guitarra, clásicos elementos en la corriente post-rock.
«Golden Porshe» nos trae de nuevo a Sutherland adornando con el violín las puntuaciones de Burns en el piano, que también emplea este instrumento para marcar la base de «I Know Who You Are But What Am I» junto a timbres cristalinos sintetizados electrónicamente, sobre una base rítmica armada en base a loops de percusión electrónica y obviando las guitarras completamente.
Con un perfecto balance entre la técnica y la visceralidad, Mogwai logró un disco coherente, fluido, que provoca escucharlo completo, pero que al mismo tiempo puede ser disfrutado en pequeñas dosis de tres o cuatro minutos, que es la duración de la mayor parte de las piezas, pequeños microcosmos que condensan en ese espacio tan limitado una propuesta inteligente y original.
Gabriel Pérez