Tiken Jah Fakoly
Sala But, Madrid
(Noviembre 7, 2019)
Sus deseos libérrimos para su región no son sólo propaganda: son la bandera que ha ondeado con orgullo a lo largo de 25 años. Tiken Jah Fakoly puede ser un nombre desconocido para muchos, sin embargo, dentro del mundo del reggae, es una institución tan grande para África, como Bob Marley y Peter Tosh lo son para Jamaica, ese puente al continente donde nació todo en medio del Caribe.
La Sala BUT de Madrid, en pleno barrio de Malasaña, una de las zonas más gentrificadas de la ciudad, acogió a un grupo de gente, en su mayoría de alguna parte de África, quienes acudían al llamado de un ídolo oculto que la globalización y el difícil mundo del reggae no ha remado a muchas orillas del mundo, para desgracia nuestra, pues el contenido es parte de lo que deberíamos escuchar como sociedad.
Y es que mientras algunos aún respiran los aires de libertad que emana esta música, que ha sido hecha por personas que no han podido disfrutar a plenitud la dicha de ser libres, es cierto que se ha vuelto un nicho más chico, como un culto, el que disfruta de este género, al que muchos acusan de seguir cantando de lo mismo mientras que otros lo ven como la forma de alzar la bandera de protesta.
El concierto tuvo como prefacio un set que calentó los motores en pleno otoño madrileño y sirvió para que el DJ, quien también presentó a Tiken, lanzara un mensaje a propósito de las elecciones del país (que se realizarían tres días después).
España, así como toda Europa, atraviesa un proceso sociopolítico caldeado y en el que jamás habrá consenso entre las partes de poder, donde, tras la llegada de cientos de inmigrantes, sean venezolanos, africanos, o sirios, muchos actores políticos buscan hacer respetar sus fronteras o abrirlas aún más, con mensajes y medidas que les hace entrar en un limbo a personas que, a priori, tendrían más oportunidades de vida que en muchos de los países de los que vienen, pues la inacción y la acción los deja mal de cualquier forma.
El altruismo de Fakoly
Argumentos van y vienen, y en el medio, Tiken, a medias entre encorajinado y reflexivo, lanza un mensaje sobre olvidar las fronteras, luchar contra la discriminación, buscar la auto superación en pro de sacar a África del atraso y la pobreza económica a la que la han sometido sus tiranos, al tiempo que alienta a los jóvenes a no abandonar el continente, pese a todo lo que ello implica.
Tarea difícil cuando la esperanza de vida es tan baja que no sufre la crisis de la mediana edad y tu país está en guerra, como Sudán, pero que, idealmente, serviría para sacar adelante el sueño de la África productiva y próspera que tan lejano se ve.

Y el mensaje está entregado con la responsabilidad de alguien que ha vivido en sus pieles el tener que salir de su país para refugiarse en otro a causa de amenazas de muerte, pues Doumbia Moussa Fakoly, nombre real del artista de 51 años, tuvo que abandonar su Costa de Marfil natal en 2003 para asilarse en Malí.
Habiendo bajado el riesgo a su integridad, recientemente pudo volver a su patria, dónde ensambló un estudio en Abidjan, en el que pudo grabar Le monde est chaud, la placa que vino a presentar a Madrid, que no solo es la primera que graba en dicho lugar, sino la primera que graba en la ciudad donde dio sus primeros pasos en la música desde hace 20 años.
Acompañado de guitarra, bajo, batería, teclado y dos coristas, así como de una panoplia de instrumentos tradicionales como el hkalam, predominante en la mayoría de sus composiciones, o el kora, ngoni, sokou, kamele n’goni, balafon y el djembé, Tiken sale al escenario de forma imponente, ataviado de una túnica tradicional y un báculo tallado con motivos tribales.
El setlist de Tiken Jah
El set, de quince canciones, arrancaba con la desesperanzada “Discrimination”, una de las pocas canciones en inglés, donde tiñe de vergüenza al hecho de que exista discriminación en el mundo, la cual es extraída del álbum Cours d’histoire (1999).
A partir de allí, el set, que era coreado no solo por la vasta comunidad africana de Madrid sino por el público español, fue borrando las fronteras siguiendo la filosofía del tema “Ouvrez les frontieres”, un himno con un nombre bastante descriptivo y un mensaje potente y serio sobre la existencia de líneas que nos dividen.
“Pourquoi nous fuyons”, un tema que cuestiona las razones por las que el pueblo africano emigra y que se extrae del más reciente material del artista, fue la siguiente canción del set, seguida por “Plus rien ne m’étonne”, tema de 2004 dónde protesta sobre la avaricia de la clase política y de cómo se reparten el mundo y sus recursos de acuerdo con sus intereses.

El lado más espiritual de Tiken fue presentado con “Dieu nous attend”, tema de su más reciente placa, en el que habla sobre cómo la providencia pareciera ser la única esperanza de muchos, que conectó muy bien con “Le prix du paradis”, una de las mejores interpretaciones de la noche, que hizo lucir y sonar mejor ensamblada que nunca a la banda que musicalizada la trova de Tiken.
A continuación, Tiken presentó uno de los momentos más íntimos y notablemente importantes para él dentro de su concierto, llamando a sus músicos a la parte delantera de la tarima para interpretar “Kodjougou”, una pieza tribal que, dice, interpretaban en su pueblo, trasladándonos de esta forma a un caluroso lugar al oeste central africano, donde escuchar este tipo de música seguro es más común de lo que es para nosotros.
De vuelta todos a sus lugares, Tiken y los suyos proceden con la parte más política del concierto, formada por una seguidilla de canciones, formada por “We love Africa”, “Ça vole”, “African Revolution” y “Franceafrique”, que abogan a la Revolución Africana, la toma de las riendas del futuro de la región y la unión que está conserva con Francia, país que dejó su huella clara, para bien o para mal, en el continente africano, acompañados de los sonidos más fuertes y cercanos al punk que podemos encontrar dentro de la música de Tiken.

Y cuando parecía haber abandonado al escenario entre las sempiternas ansias de, al menos, otra canción que todos en un concierto sabremos que serán saciadas, el artista se fundió en un abrazo con su público mientras interpretaba “Le mond est chaud”, track homónimo a su esfuerzo discográfico más próximo, en donde habla sobre otro de los temas más en boga y responsable de debates sin puntos medios del momento: el calentamiento global.
Mucho más que un concierto de reggae
Con su concierto, Tiken Jah Fakoly hizo que todo un grupo de gente pudiera conectar con él, hacer lo que quisiera con su mensaje, y transmitirlo al mundo. Tiken, se vio en sus caras, fue una alegría necesaria en medio del frío que recuerda lo lejos de casa que pueden -podemos- estar.
Fue una declaración de intenciones a no formar parte de un lado que no fuera el de defender a los suyos sin ofender a nadie más y denunciando lo que está mal de lado y lado, y eso, en medio de un mar de indecisiones, es un triunfo para la cordura y para la humanidad.
Me atrevo a decir que Tiken y su canto, tan grande como él, cambiaron, así sea un poco, y de formas diferentes, la cosmovisión de quienes fuimos a verlo.
En tiempos de extremismos, de conservadurismos radicales a lo largo del espectro político, de miedos fundamentados o, por el contrario, sin ninguna base, lanzar un alegato a favor de cualquier cosa, en especial sobre las fronteras, puede ser una declaración de guerra a cualquiera que disienta de ti.
Paradójicamente, la forma de coexistencia se encuentra en la unidad dicotómica de que las fronteras son en parte necesarias y en parte todo lo contrario.
Es decir: las fronteras son una convención geopolítica que permite no solo dividir las tierras, sino identificar de alguna forma a quienes están ahí dentro, tanto como grupo, como individualmente.
Jamás una persona de Bosnia será igual a una del Congo, y bastante que dista un canadiense de un alemán o un sirio o un venezolano, porque esa delimitación que vemos en los mapas encapsula una serie de experiencias, costumbres y culturas que otro ser humano de otro terruño no vivirá de la misma forma.
Y esta diferencia no es razón patente de que alguien es menos o más, sino de que es necesario sentirnos diferentes dentro del mundo para denunciar lo que nos preocupa, para saber de dónde venimos y si queremos ser eso u otra cosa, para asirnos a algún sentido de identidad, incluso cuando alguien nos lo intenta arrancar de las manos.

Las fronteras existen y tienen que existir entre nosotros porque tenemos pieles, pelos, ojos, manos, brazos, cerebros, nombres, apellidos, voces, y miles de cosas que nos hacen únicos ante y entre los demás y esto es natural que pase con los territorios sin la nube de odio injustificado, o más que odio, miedo, que me parece una palabra más apropiada pues el miedo a lo desconocido y a lo diferente es una de las cosas que nos ha identificado como seres desde el principio de los tiempos cuando apenas descubríamos el fuego, que pululan sobre algunas personas.
Y este miedo debe ser superado, y con él desaparecerán estos prejuicios, pero dificulto que podamos unirnos todos en decir que sí, que somos diferentes, pero estamos dispuestos a entender al otro, sin ser reaccionarios, ni radicales, ni acercarnos al facilismo de tildarnos de cosas que no somos los unos a los otros y que si somos irreconciliablemente distintos e incompatibles, podemos funcionar por separado sin necesidad de que alguno de los dos se extinga.
Sin embargo, hay momentos donde nuestras propias fronteras son capaces de difuminarse y es allí cuando el arte, en su función vitalicia de unir a la humanidad en un mismo lenguaje, es capaz de borrar lo que nos diferencia del otro y, con suerte, hacernos uno solo, así sea lo que dure una canción. Y eso nos pasó a todos este jueves. Y espero que nos vuelva a pasar más seguido.
Alejandro Fernandes Riera
Fotos: Joe Codallo