El 1 de abril de 2006 se produjo la memorable reaparición de El Flaco Spinetta en Caracas tras 14 años de ausencia
Luis Alberto Spinetta
Concierto en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela
(Abril 1, 2006)
Reseña publicada originalmente en el diario El Nacional
Pocos conciertos se han visto en Caracas como el que ofreció Luis Alberto Spinetta en la imponente sala de la Universidad Central de Venezuela. Sensible, reflexivo, generoso y emotivo al extremo.
El Flaco se paseó por su vasto catálogo como solista y revisó material de todos sus grupos: Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, Spinetta Jade y Los Socios del Desierto, durante dos horas de auténtico buen gusto y gran nivel musical que ninguno de los presentes olvidará jamás.
Catorce años esperamos todos –él y nosotros– para que su poesía y don de gente volviera a calarnos hondo, como sólo los verdaderos artistas pueden lograr.
Spinetta pertenece a una casta de creadores que se nutre con intensidad de los vaivenes de la vida: las decepciones, el dolor, la felicidad, el amor, los desencuentros. Su estatus no es el de una gran estrella, aunque en realidad lo es.
Él vive en un marginal aunque confortable territorio en el que habitan cantautores del talante de Peter Hammill o Nick Cave. El día antes, en la rueda de prensa, Luis Alberto hablaba con sosiego y sinceridad sobre música, literatura, fútbol, tecnología y política, con un verbo agudo y certero que nos dejó frases como “La palabra tiene el poder” ó “La izquierda y la derecha son lo mismo. Están unidas por un mismo cuerpo llamado delito”.
Tras autodefinirse como “esponja de locos”, reconoció su fascinación por la literatura de habla hispana, en especial por Carlos Castañeda.
Ante una concurrencia menor a lo que merece un músico de su estatura, el Aula Magna (“un teatro precioso, hay que protegerlo”, dijo) recibió primero a Tomates Fritos, un estupendo quinteto venezolano con un sonido a medio camino entre The Rolling Stones y el southern rock. En lugar de Puerto La Cruz su espíritu musical proviene de Memphis. El grupo aprobó muy bien el desafío con 8 temas sacados de su reciente disco Molly.
A las 8:13 apareció Spinetta acompañado de sus tres músicos. Sin efectismos de ninguna naturaleza, con el ambiente a media luz, comenzaron a desgranar el repertorio, utilizando como punto de partida un sedoso blues, “No habrá un destino incierto”, del nuevo disco Pan (2006).
“Era de Uranio” del disco Bajo Belgrano (1983) prosiguió, antes de darle paso a “Nueva Luna”, un delicado tango-bossa que terminó con la ingeniosa frase “Abuela, ¿me das una arepa?”.
El único versionado de la noche resultó ser Fito Páez con “Las cosas tienen movimiento”.
El primero de los tres temas de Camalotus (2004) fue “Buenos Aires”, que precedió a “Vida mi” de Para los árboles (2003), una triste historia de amor en la que Spinetta se luce con un gran solo de guitarra.
Una balada sensacional, “!Qué hermosa estás¡” incluida en el nuevo álbum, terminó de aflojar el temple hasta de los corazones más duros. El flaco tenía intenciones serias de conmovernos con un concierto íntimo y telúrico.
“Jardin de gente”, del primer disco con Los Socios del Desierto (1997) fue un momento álgido que hizo cristalizar muchos ojos. Entonces Claudio Cardone nos ofrendó seis minutos de su talento con un solo que ejecutó emulando un piano. Salió de nuevo Luis Alberto para, entre los dos, interpretar primero la maravillosa “Laura va” del disco debut de Almendra (1969) y de seguidas “Crisantemo”, una pieza sobre los niños desaparecidos durante “el proceso”, compuesta para la película “Flores de Septiembre”.
De nuevo con el cuarteto en pleno, otra sorpresa: “A Starosta, el idiota”, del legendario disco Artaud (1973) de Pescado Rabioso. Sonidos atonales y free-rock a lo Zappa que precedieron a la jazzeada “Viaje y epílogo” y la intensa “La herida de París”, con un soberbio solo de bajo de Nerina Nicotra.
Algo que muchos pedían a gritos –atentando sin querer contra la fluidez del concierto– llegó. La pequeña fábula “Durazno sangrando” sonó elegante y delicada. El Flaco rogaba al público “cero nostalgia, por favor” y preguntaba “¿les gustan los temas nuevos?”, con unánimes respuestas positivas.
El trémolo de su voz, la guitarra pletórica de feeling, la contenida energía del baterista Sergio Verdinelli, el poderoso bajo de Nicotra y la versatilidad de Cardone en los teclados, ubicaron a la banda en un terreno medio entre el blues, el rock y el jazz fusión.
Luego siguieron “Nelly, no me mientas”, “Kamikaze” y “Los libros de la buena memoria” de Invisible, antes de despedirse por primera vez.
Con el público extasiado regresaron para tocar “Resúmen Porteño” y el logrado remix de “Aguas de la Miseria”.
A los gritos de “Uh Ah, El Flaco no se va”, el muy agradecido Luis Alberto tenia otra gema preparada: “Plegaria para un niño dormido”, verdadera sutileza que nos dejó a todos embelezados y postrados en las butacas.
Una tercera y última salida se produjo para interpretar “Seguir viviendo sin tu amor”, un cierre ideal e infaltable que muchos esperábamos con ansiedad.
Luego de hincar las rodillas en la madera del escenario para agradecer a toda la audiencia, a su equipo, a los productores y al personal del Aula Magna, se despidió con su andar desgarbado y actitud de “anti-divo”, pidiendo no tener que esperar otros 14 años para regresar. Que así sea.
De todas las múltiples opciones musicales que ha ofrecido Caracas en lo que va de año 2006, éstas dos horas han sido las más conmovedoras e imprescindibles. Haber tenido a Luis Alberto Spinetta enfrente fue un privilegio y un lujo, un orgasmo de larga duración.
Juan Carlos Ballesta