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Mulatu Astatke en Madrid: la seducción del bugalú etíope

Mulatu Astatke

Mulatu Astatke

Sala Guirau, Fernán Gómez, Centro Cultural de la Villa, Madrid

(Noviembre 8, 2018)

 

Hace mucho tiempo que el etíope Mulatu Astatke juega su propia liga. Su envolvente y pegadiza música es producto de sus vivencias en Londres, Boston (fue el primer africano en estudiar en el Berklee College of Music) y su país, que comenzaron en los años 50 y por ello la amalgama sonora incluye latin jazz, bugalú, chá chá chá, son cubano, funk, be bop, soul, sonoridades de corte tribal, pinceladas de psicodelia, folclore de África oriental y por supuesto de Etiopía, segundo país más poblado de África (después de Nigeria) y el único del continente que no fue repartido como colonia europea en el siglo 19 y que se ha mantenido independiente (salvo cinco años durante la Segunda Guerra Mundial en los que Mussolini se la anexó a Italia). Es también de mayoría cristiana, religión que el resto de países africanos sintieron siempre parte del colonialismo.

En Mulatu se pueden percibir algunas referencias musicales absorbidas a través del tiempo, algunas de las cuales podrían no ser tan obvias, el resultado es absolutamente personal y su impacto es notable. A lo largo del concierto afloran reminiscencias de Joe Cuba, Tito Puente, Cal Tjader, Perez Prado, el Pat Metheny de los 80, el sueco Bo Hansson, el finlandés Pekka Pojhola, Gary Burton, Lionel Hampton, Miles David, Jon Hassell y unas cuantas más.

Aunque todos los instrumentos son importantes, son los metales, en especial la sonoridad de la trompeta, el teclado y la cadencia rítmica, lo que ha dado identidad a la música de Mulatu y por ende, a lo que se conoce como el Ethio-Jazz y que muchos conocieron en el mundo gracias a la serie de compilados Ethiopiques, que comenzaron a publicarse en los años 90 y cuyo cuarto volumen es enteramente dedicado a Astatke. De este compilado sacó la música el cineasta Jim Jarmush para su película Broken Flowers (2005), composiciones que encajaron a la perfección con el ritmo y la temática del filme protagonizado por Bill Murray.

Por todo ello, es internacionalmente el más conocido de los músicos y cantantes que crearon un particular sonido en Etiopía en los años 70, entre los que cabe mencionar, entre otros, a Alemayehu Eshete, Asnaketch Worku, Mahmoud Ahmed, Tilahun Gessesse y Getatchew Mekurya. No es casualidad, por tanto, que la Sala Guirau haya estado repleta y que las entradas se hayan agotado en muy poco tiempo de anunciado el cartel del Festival de Jazz de Madrid 2018, que contiene otros muchos conciertos de interés.

El concierto fue un repaso por lo más conocido del repertorio de Mulatu, ejecutado brillantemente por la banda compuesta por James Arben (saxo, clarinete bajo, flauta, parte del grupo The Heliocentrics con el que Mulatu editó un disco), el simpático Byron Wallen (trompeta, voz ocasional), Danny Keane (cello), Alexander Hawkins (piano, teclado), John Edwards (contrabajo), John Scott (batería) y Richard Olatunde Baker (percusión, voz ocasional), además de él, itinerante entre el vibráfono, las tumbadoras (o congas), los timbales, los bongos y el piano eléctrico Wurlitzer.

Ahora que a sus 74 años se muestra frágil y de movimientos lentos, es cuando más se nota cómo disfruta cada nota y cada solo de sus extraordinarios músicos, a los que otorga libertad y confianza en cada uno de los temas. De hecho, al presentar cada tema con su difícil inglés, adelanta cuál de los músicos va a tener un momento especial de lucimient. Todos tienen su espacio sin apabullarse unos a otros. Por ello, casi todos los temas que tocaron se extienden más allá de los 10 minutos.

Abrieron con la sosegada “Dèwèl”, con Astatke al vibráfono, instrumento que volvió a utilizar en la maravillosa “Yekermo Sew”, que anunció como uno de los temas de la banda sonora de Broken Flowers. Fue muy fácil que atrapara a la audiencia a las primeras de cambio.

Realmente, es difícil no dejarse seducir por cada tema, en los que se produce un equilibrio perfecto, una sinergia que potencia cada composición, como ocurre con la muy pegadiza y clásica “Chik Chikka”, que se convierte en un bugalú con un swing especial. No por casualidad, el groove de Mulatu ha sido sampleado y servido de inspiración al mundo del jazz, del hip hop, la electrónica y la música latina.

Dos puntos álgidos fueron “Yegelle Tezeta”, con solo de percusión muy influido por la religión Yoruba, dado el origen nigeriano de Olatunde Baker; y “Yekatit”, en la que se lucen el contrabajista, el siempre magnífico baterista y el percusionista, esta vez con el talking drum yoruba o dundun. Mulatu hacía rato había abandonado el vibráfono en pro de los bongos y las congas, que ahora toca casi en cámara lenta, con incursiones esporádicas en el piano eléctrico, que no se oyó mucho.

En su última intervención al micrófono volvió a agradecer y explicó lo que era componer en tiempos de guerra en su país, y que la última pieza era una composición que se había dedicado a sí mismo (a la usanza de Bo Diddley con el famoso tema con su propio nombre), llamada “Mulatu”. Lanzó su penúltimo “thank you so much” y entonces comenzó a caminar con lentitud hacia la parte de atrás del escenario, al tiempo que salía un guitarrista invitado. La caminata, que se nos antojó eterna, era para dirigirse a tocar el piano. Luego de los emotivos primeros minutos con aroma flamenco, regresaron todos los músicos, que se habían retirado momentáneamente, y la pieza tomó un ritmo con sello Mulatu que solo por lo señorial del teatro mantuvo a todos sentados.

Se despidieron y no regresaron más. Aunque la gente no pretendía irse, no hubo bis y no quedó más remedio que retirarse. Hubiéramos podido, fácilmente, disfrutar de otra media hora más de hipnosis de ese distintivo sonido. El seductor viaje llegó a su final casi sin darnos cuenta. El clima lluvioso de Madrid ya no nos importó más.

Juan Carlos Ballesta (Texto y fotos)