El 7 de octubre de 2003 el distintivo y muy querido músico de Canterbuy publicó uno de sus mas logrados discos, penúltimo en su carrera
Robert Wyatt
Cuckooland
Hannibal/Rykodisc. 2003. Inglaterra
Aunque sean muchos los años sin nuevo material, el genio de Robert Wyatt es inextinguible.
A pesar de haber quedado parapléjico antes de la edición de su legendario Rock Bottom (1974), uno de los más influyentes discos de la historia de la música pop, concebido en un momento crítico, pocos artistas de su generación se han mantenido tan vigentes con él.
Esa difícil circunstancia lejos de deprimirlo y sacarlo de juego, le avivó su deseo de innovar y crear su propio lenguaje, y lo ha llevado a colaborar con artistas de varias generaciones y diversa estirpe musical, quienes reconocen en él a un músico de bizarra originalidad y honestidad poco frecuente.
Su penúltimo disco, Cuckooland (2003), colocó a este británico universal en las principales listas de favoritos de publicaciones especializadas, un privilegio poco común para músicos despojados de todo compromiso formal y de los clichés que impone la industria discográfica.
Cuckooland representó un nuevo coqueteo con el jazz más escurridizo y sensual y con la particular visión que del rock ha tenido Wyatt desde sus lejanos días con The Soft Machine, la mítica banda surgida del corazón de Canterbury, al sureste de Inglaterra, pionera de la fusión entre la psicodelia, el rock progresivo y el jazz.
Su voz, como siempre, quebrada y susurrante, nocturna, frágil y emotiva, nos conduce a través de setenta y cinco minutos sin desperdicio, convirtiendo al disco en una indispensable joya de su discografía.
Dedicado aún más que en discos anteriores a cuidar de la instrumentación (teclados, piano, cornetín, trompeta, batería, percusión), Wyatt es acompañado en la mayoría de la 16 piezas por una esplendorosa Annie Whitehead en el trombón, Gilan Atzmon en el clarinete, saxos y flauta, Yaron Stavi en el contrabajo y Karen Mantler en la armónica. Hay, además, algunas colaboradores de lujo como David Gilmour y Paul Weller (guitarras), y Brian Eno y Phil Manzanera en las voces. Sin olvidar la participación de la inseparable poetisa Alfreda Benge en el diseño de portada y arte interior, así como en algunos textos.
Cuckooland está repleto de momentos álgidos. Para muestra habría que pasearse por “Forest”, ocho minutos de absoluta delicia; la magnética “Cuckoo Madame”; la muy sensible interpretación al piano de “Raining In My Heart” de la pareja de compositores Bryant & Bryant; el electro jazz de “Lullaloop”; el maravilloso e hipnótico juego de palabras de “Foreign Accents”; y la arabesca exquisitez de “La Ahada Yalam”, que cierra en grande este disco.
Siendo una de las obras maestras de Wyatt, es una obra de amplio alcance. “Just a Bit” funciona como una puerta de entrada envolvente; “Old Europe”, con su añejo sonido a jazz de un bar parisino, sirve para explorar el estado de Europa recién entrando al siglo 21; “Tom Hay’s Fox” es una especie de cuento experimental; “Beware” es un subyugante tema con una percusión sobresaliente y la segunda voz de Alfreda Benge, que se construye sobre colchones de teclados; “Trickle Down” es el tema más libre y se mueve al ritmo del contrabajo de Yaron Stavi y los metales de Gilad Atzmon y Annie Whitehead; “Life is Sheep” es dominada por los teclados y las voces, que hacen su aparición en la segunda mitad.
Hay espacio también para el comprometido alegato anti guerra de Irak “Lullaby for Hanza”, fija posición relatando la caída de las primeras bombas justo cuando Hamza daba a luz.
También encontramos una increíble versión del clásico del brasileño Antonio Carlos Jobin, “Insensatez”
Curiosamente, Cuckooland está dividido en dos partes de aproximada longitud: “Ni aquí…”, “..Ni allá”, unidas por un silencio de treinta segundos que según un humilde Wyatt, debe ser aprovechado por aquellos que con oídos cansados quieran hacer una pausa y retomar la audición más tarde.
Robert Wyatt volvió a deleitarnos como en trabajos anteriores, Shleep (1997) y Dondestan (1992)
La gran lucidez que acompaña su larga trayectoria y su decidida vocación de riesgo e independencia, hacen de este músico británico un ejemplar único en el espectro musical contemporáneo. Desafortunadamente está retirado.
¡Larga vida!
Juan Carlos Ballesta
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