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Children of God: el devastador quinto álbum de Swans

Swans

El 19 de octubre de 1987 la increíble banda neoyorquina publicó uno de sus discos capitales, a partir del cual su sonido distintivo tomó forma

Swans
Children of God

Caroline. 1987. EE UU

El quinto disco publicado por la avasallante agrupación neoyorquina liderada por Michael Gira (voz, guitarra, teclados) representó un cambio en su sonido, que hasta ese momento era apabullante, rudo, asfixiante, fiel representante de la corriente “no wave” surgida en Nueva York como manifestación contraria a la “new wave” de espíritu pop.

Children of God conservó la contundencia rítmica y la crudeza vocal y temática, pero introdujo elementos acústicos por primera vez y un trabajo de texturas de naturaleza inquietante mucho más elaborado.

Tiene mucho que ver el cambio con la inclusión definitiva en el grupo de la cantante y teclista Jarboe, una seguidora del grupo que hasta ese momento no tenía mayor experiencia dentro del rock o de una banda. En el disco previo, Holy Money (1986), ya había tenido presencia haciendo coros en dos temas.

La presencia de Jarboe, sin embargo, fue muy importante a partir de ese momento, tanto por sus importantes aportes musicales como por su aspecto de sacerdotisa. Una mezcla de sonidos industriales y texturas folk transformaron el sonido de Swans, ganando nuevo público que siguió creciendo gracias a una seguidilla de discos realmente impresionantes.

El aspecto más folk lo desarrollaron Gira y Jarboe de manera muy particular en los proyectos paralelos World of Skin y Skin.




Eran parte de Swans, Algis Kyzis (bajo), Theodore Parsons (batería) y Norman Westberg (guitarra), el único sobreviviente (además de Gira) en la formación actual. Desechando por primera vez el uso de dos e incluso tres baterías, el quinteto abordó terrenos musicales impactantes.

Aunque el inicio con “New Mind” podría no dar pistas del contenido, inmediatamente “In My Garden” sorprende con la retadora quietud conducida por el bajo, la susurrante voz de Jarboe y la flauta que toca el invitado Simon Fraser.

El sonido lánguido de “Our Love Lies”, con la voz profunda casi poseída de Gira y el apoyo de la voz celestial de Jarboe, inaugura un estilo que desarrollarían en todos los discos siguientes.

Dos de las grandes temáticas que ha abordado Gira en sus letras están presentes en la descarnada “Sex, God, Sex” con su ritmo machacante y guitarra repetitiva. “Blood and Honey” podría ser fácilmente el tema de una película de horror. Cautiva por su atmósfera misteriosa.

El mood cambia radicalmente con la avasallante “Like a Drug (Sha La La)”, de ritmo rudo, cavernícola, a lo que contribuye el cello de Audrey Riley. Es uno de los vínculos con la etapa anterior.




Uno de los momentos más otoñales del disco es “You’re Not Real, Girl”, que introduce el estilo de folk-blues oscuro que desde entonces ha sido distintivo de Gira. El álbum jamás deja de sorprender.

Los disparos que inician “Beautiful Child” nos sacan del hipnotismo, y la explosión rítmica y la voz angustiosa de Gira nos cachetea y golpea duro. Es el tema más dramático y rabioso de Children of God.

Pero llega “Blackmail” para darnos un respiro, con Jarboe cantando una especie de canción de cuna para criaturas del bosque. El fantasmal oboe de Lindsay Cooper y el delicado piano de Wilton Barnhardt contribuyen a crear el ambiente.

Luego “Trust Me” se nos abalanza, paso previo para la llegada del trío final de piezas: la balada “Real Love”; “Blind Love”, uno de los momentos álgidos del disco que asusta, paraliza, con la voz de Gira sobre el ritmo repetitivo creando un ambiente que envuelve, con erupciones guitarreras de corte industrial, en la línea de Einstürzende Neubauten y una parte final que está entre lo más brutal que haya hecho Swans; el homónimo tema final, cantando por Jarboe, cierra el disco de manera magistral.

Son 71 minutos sin tregua, que colocaban a Swans en un terreno realmente único. Pocos discos como este. Solo otros de Swans han sido capaces de igualarlo y eventualmente superarlo.

Décadas después es inevitable caer rendido ante una nueva audición, tal como ocurrió en aquel momento en el que Swans comenzaba a reconstruir su discurso.

Sin duda, uno de los grandes discos del siglo 20.

Juan Carlos Ballesta



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