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Mirage: el magnífico segundo espejismo de Camel

Camel

El 1 de marzo de 1974, la legendaria banda inglesa publicaba su segundo disco, Mirage, gran punto de partida para una serie de discos emblemáticos

Camel
Mirage
Deram. 1974. Inglaterra

Una de las bandas más queridas y recordadas por la fanaticada del progrock es Camel. Sus composiciones, muchas de ellas instrumentales, han sido de una singular belleza, las cuales en su primera década giraron en torno a las ideas de Peter Bardens (teclados) y Andrew Latimer (guitarra, flauta).

Mirage, su segunda placa discográfica, es el motivo de nuestra celebración por los 45 años que cumple este significativo álbum. Manteniendo su alineación original con Doug Ferguson en el bajo y la batería de Andy Ward, el cuarteto consolidó su peculiar estilo –altamente influido por el “Canterbury Sound”– con cinco estupendos temas entre los cuales destaca la tríada de una especie de suite titulada “Lady Fantasy”.

Ya Camel había presentado en su homónimo álbum la archiconocida pieza “Never Let Go”, tema que por años fuera composición esencial de sus presentaciones en vivo y que muchos recuerdan por el sólo de saxo alto de Mel Collins en A Live Record (1978).

La imagen que nos conecta con esta odisea de 37’47”, nos recuerda una afamada marca de cigarrillos del mismo nombre. Distorsionada, emulando a un espejismo, nos estimula a imaginar, sobre todo si ya habíamos pasado por la experiencia del álbum debut, sonidos de un estilo dulce y melancólico pero con la ocasional crudeza del rock.




El álbum inicia con una composición de Bardens titulada “Freefall” (Caída libre). La pieza comienza con un sonido emergente donde bajo y batería señalan el rítmico camino como un previo de la primera estrofa y el excelente “solo” de Latimer.

Es un tema cargado de energía donde se sienten los claros acentos del teclado y la guitarra que suavemente matizan hacia el cuarto minuto. Si bien menos arriesgada que otros temas, “Freefall” es un inicio ideal de este segundo LP.

Bardens es también el responsable de la segunda composición de este emblemático álbum. Titulada “Supertwister”, este hermoso instrumental con reminiscencias a la banda holandesa Focus, es un excelente contraste con su predecesor ya que la flauta añade una especial dulzura.

La pieza, la más breve del álbum con 3:23, es sin duda presentada para este instrumento que domina la mayor parte de la composición de Peter y que concluye con un “descorchante” efecto.

La tercera pieza es la primera de las dos suites del álbum. Conformada por “Nimrodel¨, “The procession” y “The White Rider”, la tríada se nos presenta con un sonido heroico que pronto se convierte en un mágico encanto con la incursión de los instrumentos de viento.

Andy y Peter alternan con especial énfasis en el más tradicional lenguaje progrock con un gran solo de sintetizador que cede espacio a la guitarra casi en el minuto cinco. Latimer canta con característica dulzura entre las alternancias de teclas y guitarra con un sonido fantasmal que brota sorpresivamente hacia el segmento final, “The White Rider”.

La pieza guarda cierta remembranza psicodélica. La sección rítmica, si bien poco proclive a experimentos, marca el tiempo con especial y sencilla precisión.

El tema siguiente, abriendo el lado B, “Earthrise”, es un placentero instrumental donde el redoble de Ward resulta llamativo. La pieza, compuesta por Bardens y Latimer, hace una especie de puente con la pieza central del álbum.

Particularmente llamativo resulta el “solo” de Andrew en el tercer minuto y medio. El lenguaje musical es placentero y aunque distante de virtuosismo, la banda dejaba en claro que los dos ejes fundamentales del cuarteto residían en la basculante fórmula de guitarra y teclado con una incursión ocasional de instrumentos de vientos, aspecto solidificado en el épico y sucesivo álbum The Snow Goose, la clásica obra del cuarteto.




El momento estelar llega con “Lady Fantasy”. En la primera parte, Latimer nos advierte que debemos ser cuidadosos porque “sus palabras están por ser desplegadas”. Los cambios entre los versos de los teclados y la guitarra en modo cuasi melancólico con la profunda voz de Latimer, nos inundan los oídos para luego dar espacio a un efectivo y extraordinario solo de Bardens.

El cambio abrupto hacia el minuto cuatro es el instante perfecto para que Andrew descargue toda su energía con un espectacular “solo” de guitarra. En el minuto 5:11 hay una especie de ritornello al modo inicial, es decir, una melodía más delicada que poco a poco va decantando en un sonido más áspero y cónsono con el lenguaje rock.

Las voces van definiendo el climático momento a partir del minuto 9:15. El extenso “solo” de órgano es el elemento más relevante del dramático final donde Bardens deja solo a Latimer  para cerrar la pieza.

Si bien este álbum es un hito en la carrera de la banda, vale la pena mencionar que Camel produciría, entre 1974 y 1978, cuatro excelentes grabaciones que incluyen, además de Snow Goose (1975), a Moonmadness (1976), y los dos trabajos con el bajista Richard Sinclair, Rain Dances (1977) y Breathless (1978).

Este último, en mi opinión, un punto de quiebre en la exitosa historia de la banda, no sólo porque el teclista Peter Bardens abandonaría a la agrupación sino porque Camel desplegaría un lenguaje musical más fusionado con el jazz que permitiría el paso a otras sonoridades con la eventual incursión del bajista Colin Bass y los teclistas Jan Schelhaas y Kit Walkins, dejando siempre espacio para el errante Mel Collins en los saxos.

Mirage, permanece como una de las piedras angulares de la discografía de Camel y como uno de los discos más accesibles del rock progresivo, que para 1974 había producido obras de gran complejidad.

Leonardo Bigott


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