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Echo & The Bunnymen: entre el desgano y la grandeza

Echo & The Bunnymen

La legendaria banda post punk de Liverpool visitó Madrid en medio de su gira The Stars, The Oceans and The Moon. El concierto adoleció de inspiración.

Echo and The Bunnymen
Room Festival
Concierto en Sala La Riviera, Madrid

(Febrero 15, 2019)

La edición el pasado año de The Stars, The Oceans and The Moon daba un aviso. El disco con el que revisan buena parte de sus canciones clásicas, hacía prever el giro que tomarían en directo. Con ese nombre bautizaron su actual gira.

La década en que construyeron su grandeza

La banda de Liverpool formada hace 40 años en plena efervescencia punk, se convertiría en una de las abanderadas del ala más oscura del post-punk, influenciando al correr de los años a muchas bandas, entre ellas Coldplay, Interpol, Editors y una larga lista. Los cinco álbumes publicados en los años 80, Crocodiles (1980), Heaven Up Here (1981), Porcupine (1983), Ocean Rain (1984) y el homónimo Echo and The Bunnymen (1987), siguen manteniendo su vigencia, encanto y ascendencia, y en ellos está basado el repertorio de esta gira (y del disco revisionista) que trajo a la banda a Barcelona y Madrid en el marco del Room Festival.

De aquella formación, solo el vocalista Ian Mcculloch y el guitarrista Will Sergeant se mantienen al frente y quizá sea la razón por la cual hace ya tiempo dejaron de dar la sensación de ser el mismo cuarteto cohesionado y cómplice de cuando contaba con la fantástica dupla de Les Pattinson (bajo) y el fallecido Pete De Freitas (batería). Ha corrido mucha agua bajo el puente.

La versión actual de Echo and The Bunnymen cuenta con otros cuatro músicos de buen nivel, ninguno de los cuales fue presentado, entre ellos Steve Brannan (bajo), Jez Wing (teclados) y Nick Kilroe (batería) y un segunda guitarra.

echo and the bunnymen

Para quienes hemos seguido a la banda desde su primer disco y cuya música continua siendo parte de nuestra banda sonora, puede costar reconocer que hoy es un grupo domesticado, que apuesta por lo seguro, con un directo más bien aburrido en el que Mcculloch pasa la mayor parte del tiempo prendado con sus dos manos al micrófono, con sus clásicas gafas oscuras, en medio de una iluminación terrible que, hay que decirlo, dificulta la labor de cualquier fotógrafo (más aún cuando el grupo exige que las fotos para medios se tomen solamente desde lejos).

Algunos adjetivos pueden ser dolorosos, pero hay cierta desidia, como si de un mero trámite se tratara. Las canciones, sin embargo, siguen ahí, resistiendo muy bien el paso del tiempo y sobreponiéndose al desgano de sus autores.

El grupo tuvo un pico creativo de grandes proporciones durante la primera mitad de los 80. Tuvo arrestos para otro disco digno en 1987 y entonces Mcculloch y Sergeant se pelearon, trayendo como consecuencia la salida del cantante y el disco Reverberation (1990) sin su presencia. En 1994 volvieron a juntarse y editaron un estupendo disco como Electrafixion, que los animó a recuperar el nombre original.

echo and the bunnymen

El resultado de la nueva etapa trajo consigo una seguidilla de tres buenos discos: Evergreen (1997), What Are You Going To Do With Your Life? (1999) (tocaron una canción de cada uno) y Flowers (2001). A partir de ahí, los cuatro siguientes discos, mucho menos inspirados, se publicaron cada cuatro años. Nada de los discos del siglo 21 fue incorporado en esta gira, excepto “The Sonnambulist”, una de las dos composiciones nuevas incluidas en The Stars, The Oceans and The Moon.

No es casual, por tanto, que Mcculloch y Sergeant escojan tocar principalmente las canciones con más de 30 años de maduración.

Un descafeinado repaso por su gloriosa historia

Lo primero que hay que resaltar, es que una cosa era el sonido al borde de la tarima y otra de la mitad de la sala hacia atrás, donde se perdía la definición. “Going Up”, de Crocodiles, fue el arranque, seguida de “Bedbugs and Ballyhoo” de 1987 y otra del debut, “Rescue”. Una bruma permanente, sumada a la iluminación principalmente azulada, no hizo fácil la visión.

Siguieron con “Never Stop”, una pieza que editaron como single en 1983 y que es una buena adición al repertorio. Fue con dos temazos de Heaven up Here, la densa “All My Colours (Zimbo)” y la enérgica “Over the Wall”, que la mayoría del público reaccionó. Sin duda, ambos estuvieron entre lo mejor del concierto.

Luego Ian anunció “The Sonnambulist”, un buen tema nuevo, que en el disco suena mejor que en directo. La última revisión del álbum debut fue “Villiers Terrace”, que unieron con una versión de “Roadhouse Blues” de The Doors, banda por la que ya habían mostrado preferencia en los 80 versionando “People Are Strange”.

Uno de los temas más románticos y emotivos de toda la trayectoria del grupo es “Nothing Last Forever” de Evergreen, cuya interpretación estuvo falta de inspiración y dejó mostrar cierto agotamiento en la voz de Mcculloch. Fue unida con una versión un tanto forzada de “Walking on the Wild Side” de Lou Reed y un lánguido extracto de “Don´t Let Me Down” de The Beatles.

El primero de tres temas de Ocean Rain fue, “Seven Seas”, una de las canciones más características del grupo y de un momento en el que era piedra angular del dark rock. Mcculloch agradeció nuevamente y arrancaron con una soporífera interpretación de “Rust”, cantada una o quizá dos octavas por debajo, que hizo que muchos fueran a por otro trago.

El trío de temas con el que intentaron finalizar estuvo conformado por tres de las más emblemáticas piezas de su discografía, y con ellas el público tomó cierto vuelo, cantando y aplaudiendo cuando se lo pedían: “Bringing of the Dancing Horses”, la épica “The Killing Moon” y la soberbia “The Cutter”, uno de los momentos realmente álgidos de la noche. Entonces, se retiraron.

Regresaron para regalarnos una versión extendida de otra infaltable, “Lips Like Sugar”. Volvieron a irse y el ritual se repitió para, entonces sí, tocar el último tema: “Ocean Rain”, una interpretación a bajas revoluciones y poca potencia que hizo que muchos se fueran antes que terminara.

Dio la sensación que Mcculloch ya no daba para más. Sergeant, a pesar de no moverse jamás de su esquina y no interactuar nunca con el público, estuvo a la altura.

Faltó mucha más emoción y entrega, y tal parece que salieran al escenario a cumplir un compromiso sabiéndose dueños de un fantástico legado de canciones. Pero es necesario mucho más para conmover y responder a una legión de seguidores de vieja data, que fueron los que básicamente asistieron al concierto.

Juan Carlos Ballesta