Apenas despuntando el año 2010 la magnífica cantante méxico-estadounidense perdió la batalla contra un cáncer de seno. 10 años después sigue muy presente.
El año 2010 comenzó con una pésima noticia: la muerte de la magnífica Lhasa de Sela
A los 37 años un cáncer de seno acabó con la vida de una de las cantantes más auténticas y emotivas de nuestro tiempo. Apenas despuntaban las primeras horas del año.
Lejos de las bambalinas y los grandes focos de la fama, ella supo granjearse un sitio privilegiado en el corazón de muchos amantes de la música verdadera y honesta, la que se canta desde el fondo del alma sin artificios ni falsas posturas.
Dejó tres fabulosos discos llenos de canciones dolorosas, tristes y nostálgicas, cantados con su inolvidable voz de terciopelo. Imposible olvidarla y necesario recordarla.
Juan Carlos Ballesta
“He venido al desierto para reírme de tu amor. Que el desierto es más tierno y la espina besa mejor. He venido a este centro de la nada para gritar”, cantaba Lhasa de Sela en “El Desierto”, con el dolor propio de cualquier bolero, representativa pieza incluida en La Llorona (1997), un sorprendente disco debut que mezclaba la herencia musical mexicana, el blues, el folk sureño, la chansón y cierta estética pop.
La hibridación cultural presente en la propuesta de Lhasa siempre estuvo ligada con el devenir de su vida. Nacida cerca de Woodstock, hija de un profesor mexicano que dictaba clases de español en Nueva York y de la actriz y fotógrafa norteamericana Alexandra Karam -quien le puso el nombre de la capital del Tibet-, desde muy niña se acostumbró a la vida nómada.
Parte de la numerosa familia, que incluye nueve hermanos de los tres distintos matrimonios de sus padres, viajó durante ocho años por el sur de Estados Unidos y el norte de México en un pequeño autobús escolar reconvertido, hasta radicarse finalmente en San Francisco.
Un período repleto de arte, libros, cartas y mucha música, sin la influencia de la TV, sin luz eléctrica ni agua corriente. Su banda sonora: Violeta Parra, Chavela Vargas, Billie Holiday, Amalia Rodrigues, Maria Callas, Nico, Marianne Faithfull, Tom Waits, Leonard Cohen…
En 1992, con 19 años, decide mudarse a Montreal y conoce al músico Yves Desrosiers (ex guitarrista de Jean Leloup) con quien desarrolló un fructífero trabajo que desembocó en el aclamado trabajo La Llorona (1997), bautizado a partir de la figura femenina de la mitología azteca que seducía a los hombres con cantos de sirena para luego maltratarlos.
Gracias a piezas como “De Cara a la Pared”, “El Desierto”, “Por eso me quedo”, la tradicional “El payande”, “Floricanto” o “El pájaro”, este disco obtuvo varios premios y el inmediato reconocimiento de varios círculos de seguidores de la “world music”.
A pesar de estar cantado enteramente en español, este disco penetró el difícil mercado francófono.
Tras la extensa gira que siguió el lanzamiento de La Llorona, Lhasa decide moverse a Francia para unirse al circo itinerante manejado por tres de sus hermanas.
Con ellas viaja por toda Europa, absorbiendo las influencias eurocéntricas, cíngaras, gitanas y mediterráneas que servirían de alimento para su segundo disco The Living Road (2003).
Tras colaborar con el francés Arthur H y la banda británica Tindersticks, regresó a Montreal llena de nuevas ideas para juntarse de nuevo con Desrosiers.
Con la adición de los instrumentistas y productores Francis Lalonde y Jean Massicotte, Lhasa le dió vida a doce sensacionales canciones, cantando en francés, inglés y español y ampliando la paleta sonora del debut con marimbas, acordeones, violines, theremin y trompetas, todos unidos en un ritual de gran sensualidad que conmueve al extremo.
En 2005, Lhasa de Sela fue galardonada como mejor artista de las Américas en los Awards for World Music de la BBC.
Su producción no fue prolífica. Cada uno de sus tres discos, espaciados en el tiempo, dejó reflejada su emotividad, su dolor y gran capacidad para estremecer. Así, en el 2009 editó un homónimo disco -cantado todo en inglés-, doloroso como la circunstancia que sufría desde el 2008.
No pudo realizar la extensa gira que tenía preparada. Un cáncer de seno acabó con su vida a los 37 años. Nos quedaron sus canciones, no demasiadas, pero todas imprescindibles.
Escribía Jaime Álvarez en la edición impresa #4 de Ladosis sobre su tercer álbum: “Son canciones devenidas en dolores en suspenso y recuerdos borrosos, como Lhasa, como su voz herida e inolvidable rostro”.
Ella sabe que nunca dejaremos de escucharla.