Tras un silencio discográfico de 10 años, la emblemática artista brasileña ha regresado con un disco fantástico que presenta en directo con una banda de altos quilates
Marisa Monte
Concierto en Real Jardín Botánico de la Universidad Complutense, Madrid
Noches del Botánico
(Junio 30, 2022)
La noche la había iniciado Gustavo Santaolalla (crónica aquí), con un estupendo concierto pero con una asistencia menor a la esperada. Todo cambió con Marisa Monte. A medida que se acercaba su concierto el recinto se fue llenando.
Una afluencia masiva de brasileños y de seguidores de la cantautora en Madrid, se hicieron presentes y durante todo el concierto le demostraron admiración, cariño y agradecimiento. Ella, una auténtica diosa de la canción brasileña, correspondió con palabras de agradecimiento, humildad y sobre todo un conciertazo de 28 canciones.
Hacía falta este retorno de Monte.
El concierto tuvo un ingrediente especial ya que el público estaba muy atento al llegar a la medianoche y entrar al 1 de julio, fecha del cumpleaños 55 de Marisa, con lo cual la gente le cantó la conocida canción y ella lo agradeció.
Aunque Monte había publicado en 2017 el homónimo segundo disco con Tribalistas (el proyecto que conforma desde principios de siglo con Carlinhos Brown y Arnaldo Antunes y que la trajo a Madrid en 2018 -lee crónica aquí), su anterior trabajo solista, O Que Você Quer Saber De Verdade, se publicó en 2011. Diez años es mucho tiempo en esta época tan desaforada y de tanta competencia. Pero, Marisa ya había sembrado y nadie la ha olvidado. A pesar de su silencio discográfico, ella continuó presentándose.
Pero nada se compara con una gira centrada en presentar su nuevo material incluido en el magnífico disco Portas (2021), un retorno en grande al primer plano con un trabajo de 17 canciones (de las cuales tocó 11) grabado durante complicados meses de pandemia (de octubre 2020 a abril 2021) entre Río de Janeiro, Madrid, Barcelona, Lisboa, Nueva York y Los Angeles.
Marisa lució pletórica cambiando de vestuario varias veces de manera sorprendentemente sigilosa y rápida, siempre con vestidos largos -a veces negros con adornos brillantes y otras veces blanco-, anillos en todos los dedos, brazaletes y una corona que la hizo relucir en todo momento. Ella es una diva humilde, agradecida, simpática, elocuente, desprendida, sincera y muy talentosa. Lo demostró de manera natural durante mas de dos horas.
A lo largo del concierto fue presentando, con lujo de detalles y mucha admiración, a cada uno de los músicos que la acompañan en esta gira, un elenco de lujo multigeneracional que bien pudiera representar el crisol que es la música brasileña de las últimas décadas. Todos hombres, en su conjunto mantienen una discreta presencia que resalta la figura de Marisa Monte y aprovechan sus momentos para destellar.
El primero en ser presentado con todos los honores por su amplísima trayectoria fue el bajista Dadi Carvalho (miembro de Novos Baianos y Barao Vermelho, y también Tribalistas).
Siguieron poco a poco el trombonista Antônio Neves, el teclista y guitarrista Chico Brown (nada más y nada menos que hijo de Carlinhos Brown y nieto de Chico Buarque); el baterista Pupillo Oliveira (cotizado productor e integrante de la banda de mangue bit Nação Zumbi, quien al contrario de la mayoría toca el hihat con la izquierda y el redoblante con la derecha); el guitarrista Davi Moraes (hijo de Moraes Moreira), representante de la tradición de guitarristas cariocas; el saxofonista y flautista “que fue bombero, salvavida y se obsesionó por Stan Getz”, Oswaldo Lessa; el trompetista Eduardo Santana.
En último lugar presentó con mucha emoción al percusionista Pretinho da Serrinha, quien con un cavaquinho pasó el frente para deleitarnos con su pegadiza samba junto a Marisa en el tema “Elegante amanhecer” de Portas. Fue uno de los puntos álgidos.
La entrada al escenario de Marisa se produjo mientras sonaba “Pelo tempo que durar” y todos los músicos ocupaban sus lugares. Su aparición como una elegantísima reina se produjo para cantar “Portas”, una puerta de entrada a su universo más que adecuada, tanto por ser la que da título al nuevo disco como por su significado.

De ahí en adelante todo fue emoción. Marisa hablaba en español, pero cuando necesitó explayarse pasó al portugués y dijo que hablaría lento para que todos la entendieran. Y así fue.
Las canciones nuevas son todas fantásticas, alineadas con el conocido sonido que Marisa nos dio a conocer en los años 90 a partir del disco Mais (1991), del cual interpretó tres temas que sonaron especiales, a medio camino entre la nostalgia y la vigencia de una artista muy querida, como quedó demostrado.
Fueron ellas, la cadenciosa “Beija eu”, “Ainda lembro” -que no tocaba hacía mucho tiempo- , y el temazo “Eu sei”.
De su catálogo primerizo (y primordial) tocó la emblemática samba con elementos de bossa nova de Antonio Candeia, “Preciso me encontrar”, que versionó en MM, el disco en vivo con el que debutó en 1989.
De aquel mismo disco, cuando aún no se revelaba como la gran compositora que es, también escogió interpretar “Lenda das sereias, rainha do mar”, otro clásico de la M.P.B. (Música Popular Brasileña).
De Verde Anil Amarelo Cor De Rosa E Carvão (1994), gran punto de inflexión en su carrera -disco grabado entre Río y Nueva York, con producción de Arto Lindsay y participaciones de Laurie Anderson, Phillip Glass, Gilberto Gil y por primera vez de Carlinhos Brown, tocó tres canciones ineludibles como el bossa-reggae “Maria de verdade”, la sensual “Dança da solidão” y “Na Estrada”. Realmente, pudieron ser más.
Del ambicioso disco siguiente, Barulhinho Bom (Uma Viagem Musical) (1996) -que constó de un álbum en vivo y otro en estudio-
Uno de los momentos más exquisitos fue “Ainda bem” de O Que Você Quer Saber De Verdade (2011), canción que grabó con Gustavo Santaolalla y a quien se la dedicó con mucho cariño.
Una pieza muy emotiva fue “O que me importa” de Memórias, Crônicas E Declarações De Amor (2000). Fue un placer escuchar dos temas de su pareja de discos de 2006, “Vilarejo” e “Infinito Particular”, pieza especialmente seductora.
Suele ocurrir con una artista como Marisa Monte que ha sembrado canciones en el inconsciente colectivo de un país, en sus ciudadanos por el mundo y en la legión de seguidores, que las canciones ya maduradas y que tuvieron impacto en diferentes momentos sean las más esperadas, mientras las nuevas sufren de cierta indiferencia porque aún están en proceso de maduración y aceptación.
Aunque no dejó de ser cierto, las canciones nuevas son tan buenas que sonaron como si existieran desde siempre. Ya suenan destiladas en directo. Sin duda, Portas es el mejor disco posible con el que Monte podía volver. En el, por supuesto, hay un reflejo de todo lo vivido en estos últimos años, etapas sombrías de Brasil y el mundo, temas políticos complicados, pero en general Marisa aborda la vida desde un punto de vista positivo, o al menos deja a un lado el derrotismo.
Canciones del disco nuevo como “Quanto tempo”, “A lingua dos animaes” con su swing a lo Music Hall, la folclórica “Praia vermelha”, el magnífico bossa de orientación acústica “Vento Sardo” -que grabó con Jorge Drexler-, “Déjà vu” -pieza jazzeada con pinceladas de valse y gran solo de guitarra de Brown-, “Calma”, una especie de trip hop con cierto aire funky a la brasileña, y “Você não liga”, sonaron tan familiares como todas las demás y de paso dejaron claro que Monte ha regresado con toda la artillería.
Hubo, además, espacio para “Feliz, alegre e forte”, un tema nuevo con gran sección de metales, y dos temas de Tribalistas, “Velha infância” y “Já sei namorar”.

Mención aparte merecen las estupendas visuales, que si bien no pudieron ser desplegadas a plenitud en un espacio abierto, en muchas ocasiones pudo ser percibido el concepto de las proyecciones de la artista Lucía Koch alineadas con el escenario diseñado como una especie de caja por Claudio Torres.
Un concierto de amplio espectro y de gran calidad musical, conceptual y humana.
Juan Carlos Ballesta
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