El 15 de septiembre de 2008, el teclista cofundador del cuarteto londinense y piedra angular de su sonido perdió la batalla contra el cáncer y comenzaba su viaje cósmico
No fue el miembro más famoso de Pink Floyd. Tampoco el más prolífico ni mediático. Sin embargo, Richard Wright jugó un rol fundamental en la construcción del inconfundible sonido del cuarteto londinense. Sus contribuciones, en especial durante los primeros ocho años de vida del grupo, son piedra angular en la historia de la música pop.
Juan Carlos Ballesta
Su muerte, acaecida el 15 de septiembre de 2008 a los 65 años, tras una corta lucha contra el cáncer, se unía a la pérdida dos años antes de Syd Barrett, otro de los artífices de uno de los capítulos de mayor trascendencia de la música del siglo 20.
Aunque son casos muy distintos -la droga desconectó a Syd del mundo a finales de los años 60- el nombre de ambos no puede ser entendido sin referirse a la banda que fundaron.
En años recientes Richard había vuelto a recuperar la confianza y alegría de tocar, gracias a que David Gilmour lo incluyó como teclista en la gira que acompañó al disco On An Island.
“Es el más divertido y profesional tour que he hecho en mi vida”, comentó Rick en 2006, quien había asumido ese tour como un regreso, tras una carrera en solitario muy poco productiva que arrojó dos buenos discos, Wet Dream (1978) y Broken China (1996).
En las primeras declaraciones de Gilmour tras la muerte de su amigo dijo: “En la discusión acerca del sonido de Pink Floyd, su enorme aporte a veces se olvida. Su forma de tocar y melodiosa voz fueron componentes mágicos y vitales. Nuestra telepatía alcanzó su primer gran momento en 1971 con monumental pieza “Echoes” (del disco Meddle), la cual volvió a cantar en este último tour.
La reacción de la audiencia a cada aparición de Rick fue de grandes ovaciones, de lo cual él, con mucha modestia, se sorprendía. No así el resto de nosotros. Lo amaba y extrañaré enormemente”.
Wright, como George Harrison en The Beatles, mantuvo un perfil discreto ante el éxito y aunque no fue un compositor tan prolífico como Roger Waters -con quien mantuvo una agria rivalidad a partir de The Wall (1979), en el cual tocó como músico contratado- ni tampoco como Gilmour, no se puede entender el sonido Floyd sin los imaginativos sonidos y atmósferas salidas de su inseparable órgano Hammond.
Basta escuchar el envolvente ronroneo del órgano y los latigazos cósmicos en la legendaria “Echoes” o los ambientes psicodélicos de “A Saucerful of Secrets”, “Careful with that Axe, Eugene” y “Set The Control for The Heart of The Sun”, piezas que sirvieron de inspiración a grupos alemanes de los 70 como Tangerine Dream, Agitation Free y Ash Ra Tempel.
Debido al domino vocal de Waters y Gilmour, sin ser ninguno de ellos un excelso cantante, el rol de Wright como vocalista principal fue desaprovechado.
En canciones como “Summer 68”, “Paintbox”, “It Will Be So Nice”, “Remember a Day” y “See Saw” su voz reluce.
Sus composiciones más famosas aparecen en The Dark Side of The Moon (1973) (“The Great Gig in The Sky” y las compartidas «Time» y “Us and Them”). Luego llegaría Wish You Were Here (1975), donde sus envolventes sintetizadores dan forma a uno de los monumentos del rock.
Pasaron entonces casi veinte años hasta The Division Bell (1994) para que Wright volviera a componer para Pink Floyd.
Como aquella insistente e inquietante nota de “Echoes”, Richard Wright permanecerá vívido e inmortal.