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El sosiego latino de Roberto Koch

Roberto Koch
Foto: Jan Naef

El contrabajista venezolano de larga y reconocida trayectoria, desde años viviendo en Suiza, presentó su segundo disco, Quiet Journey, junto al pianista William Evans


Como muchos otros músicos, Koch llegó a su tope en Venezuela, su país de nacimiento y donde desarrolló su carrera tocando con un amplio espectro de proyectos dentro del jazz,  la música venezolana y caribeña. Pero todo se puso cuesta arriba y Roberto decidió emigrar a Suiza, donde ha seguido perfeccionándose y ampliando su rango de colaboraciones.

En 2023 ha publicado su segundo disco solista, un trabajo a dúo en el que participa como invitado, en dos temas, el baterista español Jorge Rossy. El músico cuenta los detalles de su trabajo de jazz

 Mercedes Sanz    @ClaveMercedes

El nombre y la portada del disco ya transmiten paz. Ese estado de serenidad se refuerza al escuchar el diálogo entre el piano y el contrabajo. A veces hay susurros entre los dos instrumentos, otras, cierta efervescencia caribeña. En la bossa nova hay calma y, a la vez, se siente un ambiente tropical que anima o invita al baile.

Lo mismo sucede con el bolero, el danzón y el chachachá.

El álbum no podía tener otro nombre. Quiet Journey es la segunda obra del contrabajista caraqueño Roberto Koch. El formato es un dúo integrado junto al pianista estadounidense William Evans. Como invitado especial se halla el baterista catalán Jorge Rossy, sólo en dos piezas.

El disco contó con el apoyo de TCB Music, del empresario suizo Hugo Schetty.

Roberto Koch tiene una dilatada y reconocida carrera musical en su país de origen. Estudió violín y contrabajo en el Conservatorio Nacional de Música Juan José Landaeta y en la Escuela de Música Lino Gallardo. Y llegó a cursar Antropología en la Universidad Central de Venezuela.

Ha trabajado con muchos artistas de diferentes géneros: Simón Díaz, Aquiles Báez, Pablo Gil, Gerry Weil, C4Trío, Alfredo Naranjo, SurCarabela, y la lista es larga.

Además, fue parte de Onkora y BAK Trío, dos proyectos importantes de la vanguardia musical venezolana. Sin embargo, en solitario y como líder tiene dos producciones: Christina’s Party, con el guitarrista brasileño Aliéksey Vianna; y ahora Quiet Journey.

Desde su lugar de residencia, Suiza, el contrabajista accedió a hablar con el equipo de Ladosis para contar cómo fue el proceso creativo de su nueva entrega.

Explícanos cómo nació tu inquietud por la música

Roberto: Bueno, yo empecé música por una cuestión accidental, aleatoria. En realidad fuimos a una tienda de música llamada MusicYama, en esa época, frente al Centro Comercial El Trébol, que ahora es el Millenium, en Los Dos Caminos. Yo siempre me crié en La Carlota.

Y fuimos a comprar unas cuerdas para el cuatro de mi hermana. Y yo vi unos juguetes allí que eran unos órganos Yamaha, que tenían muchos botones y yo quería jugar con esos juguetes, pues.

Entonces, mi querida abuela y mi madre me tomaron la palabra y me inscribieron en una escuela privada de música para niños, en Los Chorros. Y empecé a los seis años.

Allí no había órgano sino piano, pero no había recursos para comprar un piano. Mi papá llegó con un violín y, bueno, empecé a estudiar violín porque ese fue el instrumento que me cayó en las manos.

En esa escuela comencé con flauta dulce, canto, lectura musical, pedagogía infantil. Y a los ocho años tomé el violín. Después, en mi adolescencia entré al Conservatorio Juan José Landaeta y allí seguí con el violín. Pero como a los dieciséis años ya no estaba tan interesado por el violín, porque descubrí el bajo. Después de pensarlo mucho, me cambié de instrumento. Esa es más o menos la historia.

¿Exactamente de qué forma descubres el contrabajo?

Roberto: Llegué al contrabajo por un sueño. Como a los quince o dieciséis años, soñé que estaba tocando joropo con un bajo eléctrico. Y desde ese momento se activó mi interés por el instrumento. Cada vez que lo veía en televisión, prestaba atención a ver si era una guitarra eléctrica o un bajo.

Y así, un día, yo estaba aburrido, fui a una fiesta con mi hermana y había una persona con un bajo eléctrico. Entonces, lo pude tocar sin amplificador, sólo por curiosidad. “¡Ah, lo estoy vendiendo!”, me dice el dueño. Después, compré ese bajo eléctrico. Aún lo tengo en Venezuela.

Y en la adolescencia, había un contrabajo, que nadie tocaba, en la escuela pública donde yo estudié, en el Instituto Experimental de Formación Docente, que quedaba en el Canal 8.

Había el sistema de las estudiantinas. Allí tuve contacto con la música venezolana, que fue fundamental, que uno va construyendo su identidad. Entonces, el profesor Orlando Paredes, hermano de Léster Paredes, formaba parte del grupo Odila, y él siempre fue muy abierto. Yo entré tocando la flauta dulce, luego el violín, la mandolina y el contrabajo. En ese momento no había entrado al Conservatorio.

Más tarde, entré al grupo Onkora por una recomendación. Y allí fue el momento clave de enseriarme, bueno, sí voy a tocar este instrumento y voy a tomar clases.

Roberto Koch
Koch en Caracas. Año 2012. Foto de Erik Galindo para la edición impresa #25 de Ladosis

¿Qué contrabajistas u otros instrumentistas han influido en ti?

Roberto: ¡Bueno, imagínate! Lo primero, los músicos que uno tiene alrededor. Onkora fue importante para mí porque fue el primer grupo serio, profesional, donde había buenos músicos.

Estaba el primer oboe de la Orquesta Filarmónica de Venezuela, Jaime Martínez. Willliam Naranjo, hermano de mi maestro Telésforo Naranjo; Ricardo Sandoval, con quien sigo trabajando.

Entonces, esa fue una influencia para mí, los músicos que tenía cerca. Pedro Colombet, Marco Celi, ese era el grupo Onkora.

Y en cuanto a los contrabajistas, mis maestros Telésforo y Pedro Mauricio González. Luego, hay dos contrabajistas que yo los analicé, toqué con ellos, uno es Pedro Naranjo, hermano de Telésforo, era clarinetista y el contrabajista de El Cuarteto. Y el “Zancudo”, David Peña. Esas fueron mis dos principales influencias.

Después, descubrí el jazz y me empecé a interesar por los grandes contrabajistas, te puedo mencionar algunos, Ron Carter, Ray Brown, Paul Chambers, Scott LaFaro, ¡guao! Y más contemporáneos, Eddie Gómez, John Patitucci…hay muchos.

Roberto Koch: un soñador viajero

Diez piezas componen Quiet Journey y pertenecen a distintos compositores. Dos son de la autoría de Roberto Koch (“Alisios”) y de William Evans (“A Circle Of Silence”), y el resto de otros músicos, tales como Wayne Shorter, J.J. Johnson, Antonio Carlos Jobim, Martín Rojas, por nombrar algunos.

Estas adaptaciones fueron llevadas a diferentes terrenos sonoros a través del dúo y el trío.

Como músico de sesión vienes desarrollando una trayectoria extensa. Has trabajado con una infinidad de músicos de distintas corrientes. Pero tienes muy poca discografía individual, apenas dos álbumes. ¿A qué se debe?

Roberto: Esta es una pregunta interesante porque yo también me la hacía. Y pienso que para hacer una producción propia, al menos yo lo pienso así, debe tener uno cierta madurez. La madurez en la música es un fenómeno extraño, porque una gente puede ser muy joven y muy inmadura en muchas cosas de la vida, pero con una gran inteligencia y madurez musical, a desarrollar esa área del cerebro.

Y bueno, algunos músicos empiezan temprano con eso. No fue mi caso, yo acumulé mucha experiencia, eso es importante, tener diferentes experiencias, diferentes artistas y en eso estuve muy activo en Venezuela.

Todo lo que pude hacer en mi país, lo hice. Estuve con músicos de pop, de salsa, música popular venezolana, jazz. Fue enriquecedor. Normalmente, un bajista es lo que hace, es su oficio, tocar, tocar, y al hacerlo adquiere mucha experiencia.

Pero pensar en un proyecto es otra cosa. Y aunque sentía la presión, un poco en el medio, de que era el momento para sacar algo, por una u otra razón se fue postergando. Y no se dio en Venezuela, realmente se dio en Suiza. Bueno, aparte de Onkora, que fue en mi país, un proyecto compartido. Simplemente se dio así.

No se me dio en Venezuela. Encontré un ambiente más propicio para pensarlo, madurarlo. En realidad, el primer disco en Europa como solista fue Christina’s Party, con el guitarrista brasileño Aliéksey Vianna, y siempre lo planteamos como un disco de dúo. Y así, en dúo me encanta trabajar porque es más sencillo ponerse de acuerdo con uno que con dos, tres, cuatro. Logramos ese disco precioso.

Y este segundo disco que, aunque el proceso es similar, es con otra persona. Aparte del grupo Onkora, el otro proyecto que tuvo impacto en su momento fue el BAK Trío, con el Pollo Brito, Diego “el Negro” Álvarez y mi persona. Éste podría ser un segundo proyecto en Venezuela. Pero esta faceta de solista la he desarrollado más en Europa.

Es un disco calmado, el piano a veces evoca a Bill Evans. ¿Qué otras inspiraciones?

Roberto: Muy importante porque para el primer disco yo tuve como referencias dos discos de guitarra y contrabajo que me encantan: uno es Beyond The Missouri Skay, de Pat Metheny con Charlie Haden.

Y otro álbum a dúo de Ralph Towner, guitarrista de Oregon, y Gary Peacock, que era bajista de Keith Jarrett Trío. Esos dos discos me marcaron en todo lo que se podía hacer a dúo. Y fueron para mí inspiradores. Esa era la estética.

En este caso, el trabajo que fue como purificador es uno de Keith Jarrett y Charlie Haden que se llama Jasmine; es un disco que está entre mis favoritos. Y este impulso de grabar este disco vino de un amigo suizo que ama la música, y pagó todo esto. Quiero mencionar a Hugo Schetty, que financió este proyecto.

Y sí, es un disco calmado, no para demostrar nada, sino para hacer música desde el corazón.

William Evans
Foto: Jan Naef

La versión de la pieza «Río» es mágica. Tiene de bossa nova.

Roberto: Sí, es un tema de Wayne Shorter, inspirado en Río de Janeiro, y tiene algo de bossa, por supuesto, y unas armonías muy interesantes. Y tiene influencia de Brasil. Ese tema lo propuso William, yo no lo conocía, honestamente. Y creo que quedó muy bien.

Hay varias piezas muy latinas, como Who Can I Turn To. ¿Qué representa?

Este tema es de jazz americano, la cosa es que lo tocamos un poco diferente. Como este formato es de dúo, el disco se va más hacia lo latino porque, bueno, primero pasa algo muy interesante, es que cuando estás tocando con músicos americanos y tú eres latino, ellos quieren como acercarse a la música tuya y latinizarse.

Entonces, le dimos un toque, que sonara latino. Pudiera ser una mezcla entre bossa nova, bolero y chachachá. Si oyes algo latino, es porque el contrabajo lo va llevando hacia allá y no se puede evitar.

Cada composición tiene su encanto, ¿hay alguna en especial que quieras resaltar y por qué?

Roberto: Sí, cada tema tiene su encanto, ciertamente. Para mí el que quedó más latino fue “The Old Country”, que es muy americano, pero pensé en el patrón del bajo como un danzón, y está más agresivo lo latino. Disparamos los dos ahí (risas).

Los otros sí son más tranquilos, como en general el disco. Pero si me pides uno, me gusta como quedó mi tema, “Alisio”; también el último del disco, “A Circle Of Silence”, de William.

Y hay un tema que no conocía, que es “A felicidade, de Jobim, es muy lindo. Y cada uno cuenta una historia.

Si en algún momento llegaras a hacer una nueva producción en la línea de dúo, ¿sería contrabajo con qué otro instrumento? ¿Y has pensado editar algún álbum con un formato diferente?

Respecto a un próximo disco en dúo, podría ser con un músico de Túnez que toca el oud. Ya hemos tocado juntos en conciertos y funciona bien. Falta concretar; por ahora, es sólo una idea.

Y sí, ya tengo en camino sacar otro disco en formato de sexteto. Fue grabado ya, pero es una producción a fuego lento porque hasta ahora la estoy financiando yo solo y eso hace que avance por etapas. Por eso son importantes los sponsors que apoyen el arte desde el mecenazgo. En Suiza hay tradición en eso.

Mi amigo Hugo no es millonario, es un ciudadano normal que trabajó en el correo y ahora está jubilado, pero ama la música y quiere dejar un legado con este apoyo.

¿Cómo se llama el músico tunecino?

Roberto: Fahdel Boubaker.

La portada es una pintura del artista suizo Marco Richterich. ¿Por qué esa obra en específico?

Roberto: La historia de por qué usamos ese arte es que se trata de un cuadro que tenía Hugo en su casa. Y después de haber grabado todo, discutimos el orden y lo negociamos. En realidad, estábamos pensando en quien oiga este disco, pueda hacerlo corrido. Primero un tema, el siguiente, como se escuchaban antes los discos.

Es interesante cuando uno está haciendo alguna actividad o alguien que se sienta a oír música, si existiera ese ambiente, va a escuchar una historia y un orden. Y eso tiene que ir acompañado de una imagen que lo represente, que se acerque a lo que suena.

En este caso, costó un poco. Hubo otras propuestas y los tres decidimos: William, Hugo, que es el productor, y yo. Ahí no participó Jorge en esas decisiones del arte del disco.

Hugo me regaló este cuadro, lo tengo en mi casa. Es un paisaje en el sur de Francia, hay un río y un barco, y representa un poco eso: un viaje, Quiet Journey.