Una de las grandes sorpresas de 2018 es este debut del quinteto londinense, convertido rápidamente en una gran promesa del sonido post punk
Shame
Songs of Praise
Dead Oceans. Inglaterra. 2018
Shame es la banda “punk” de esa incipiente nueva escena rockera que parece asomarse por los rincones de Londres gracias a las mentes, almas y guitarras de gente como Goat Girl -rock garage de demencia lunar- y HMLTD -los más glam del paquete y que aún sin disco debut ya han hecho gala de una deliciosa debilidad por lo sensual y lo fantasmagórico con su tema “Satan, Luella and I”- entre otras.
Pero estos cinco debutantes del sur de la capital inglesa se traen entre manos más de lo que la etiqueta y sus derivados podrían sugerir; mucho más. Sí, Sean Coyle-Smith y Josh Finerty (guitarra y bajo) saltan frenéticamente cuando asestan contundentes sus notas y acordes, y podemos escuchar algunos ecos lejanos -muy lejanos realmente- a The Clash en alguno de sus temas como «Concrete«.
Por su parte, Charlie Steen canta agitando los brazos a puño cerrado y pecho desnudo, como si fuera el alter ego rejuvenecido de Roger Daltrey de The Who -quién bien podría ser el santo profeta primigenio del performance punk- e incluso sentimos que hay algo de Fugazi en la insinuante cadencia de “The Lick”, así como una pizca del drama sombrío de The Damned en algún otro lado… y todo esto nos daría una idea sobre de qué va la banda en este primer trabajo, si no fuera por el hecho de que no lo hace en absoluto.
Songs of Praise es una obra de sonido expansivo, de esas que lo abarcan todo de comienzo a fin y no dan tregua a tus oídos ni un segundo y en el que te sientes llevado por las distorsiones y los feedbacks hasta lejanos lugares sonoros.
A ratos casi siderales, pero siempre definitivamente avasallantes, las guitarras hacen más que acompañar o lanzar acordes roqueros, entretejiendo, a todo lo largo y ancho del álbum, un tapiz sonoro repleto de matices, atmósferas vibrantes y torrenciales, e incluso momentos casi absolutamente melódicos que se complementan y hasta funden con la voz para dar vida y personalidad definitiva a temas como “One Rizla”, donde los arreglos, sin renunciar a su potencia, liban un poco de esa luminosidad difuminada y casi melancólica de bandas como Real State, mientras Steen declama su arenga al estilo ahogado de un King Krule con sobredosis guitarrera.
“Tasteless” se nutre del mismo principio activo pero acá toda la energía nos empuja inexorablemente hacia un epicentro de urgencia absoluta, donde parecen sumarse capas y capas de tensión. El caudal nos arrasa y sin embargo nos deslizamos sin problemas por entre esta maraña sonora, guiados por el fluido patrón de las guitarras de Coyle-Smith y Eddie Green y su voluntad de control.
La verdad es que por más que actúen como rockeros en bruto, dispuestos unívocamente a la descarga sónica, la banda no es capaz de ocultar sus inclinaciones imaginativas. ¿Y cómo podrían?
Si apenas a segundos de “Dust on Trial”, el tema de apertura, los tipos nos restriegan un riff absolutamente calcinante, rugiendo sobre un tiempo irregular y como si esto fuera poca cosa para romper expectativas lo disparan en ruta de ascenso por la escala a niveles de acumulación crítica.
Toda una apoteosis vertiginosa de electricidad y amplificación sónica que se sentiría bien a gusto entre el repertorio de Mission of Burma.
La dedicación -y el instinto- de la banda para las pequeñas sorpresas se ganan rápidamente nuestra lealtad, no sólo por lo persistente sino, paradójicamente, por lo poco forzado que les sale; jamás sentimos que esten tratando de impresionar a nadie, la música simplemente viene a ellos de esa manera y lo que en otras imaginaciones sería un mero tema de hard rock con tintes góticos -“Gold Hole”- es concebido por Shame con un sentido épico de la oscuridad más absolutamente inescapable.
En “Friction” las guitarras parecen reverberar como haciendo una especie de saludo al U2 primerizo, cuando la famosa banda irlandesa aún era una especie de de acto alternativo desconocido, pero inyectándole la mínima dosis necesaria de actitud retadora para hacerlo sonar casi como algo nuevo, y así como a ratos su sonido remonta a alturas estratosféricas en otros momento la condensada sección rítmica (bajo y batería) puede hacer un alto repentino e inesperado para dejar en el aire una última nota de guitarra en caída penumbrosa hacia el vacío.
Son detalles, de esos que se van descubriendo con segundas, terceras y cuartas escuchas y que son las raíces que hacen que esta música crezca en nuestros espacios personales hasta que se nos hace imposible la idea de vivir sin ella; el tipo de detalles que hacen la diferencia entre una voz genuina y sin compromisos y una customizada para las Top Lists.
Ignoro si esto se menciona o si de hecho está en los propósitos de la banda cuando ni siquiera han salido de la emocionada y alucinada incredulidad de haber editado su primer disco, con toda la abrumadora cantidad de nuevos toques y compromisos inevitables, pero tengo la idea -y la esperanza- de que Steen y los demás apenas están rozando las posibilidades de lo que son capaces de hacer -quizás ellos mismos aún están por descubrirlo- y que su vocación exploratoria nos traerá muchos futuros asombros.
No estoy sugiriendo que estos tipos sean una especie de inesperada manifestación alternativa de King Crimson ni nada por el estilo, este es rock directo y puro, asimilable como tal desde la primera escucha.
Pero algo se mueve y palpita bajo ese sonido contundente y potente -que ya de por sí no necesita de más nada para ser disfrutable. Una inquietud, cierto placer de asomarse a otros lados, de dejar que ciertas ocurrencias fluyan y tengan una oportunidad, quizás del modo como lo hizo durante muchos, muchísimos años y de modo incansable el inabarcable –y ahora irreemplazablemente ausente- Mark E. Smith con The Fall -a quienes Shane tuvo el orgullo de telonear y que seguramente veneran con devoción inquebrantable (no podemos culparlos).
Ellos mismos nos lo han dejado claro: cuando ya nos creemos familiarizados, Shame vuelve a replanteársenos con “Angie”, una sorpresiva reverencia al más puro sonido del britpop, que bien podría formar parte de la versión del Urban Hymns, de The Verve, en una dimensión paralela.
Enaltecedor, por momentos casi psicodélico y en otros rociando exotismo, monumental como un horizonte lejano, pero de algún sonando como sólo la banda nos ha demostrado que puede sonar, gracias entre otras cosas a esas omnipresentes e incansables guitarras que no dejan de hilar y entrelazar sonidos.
Es el tipo de tema que sabes que debe cerrar todo trabajo intachable, absoluto; el tipo de trabajo que sientes que tienes que escuchar de nuevo apenas lo terminas… y luego otra vez…y otra, al mismo tiempo que sientes que necesitas más de esta música y no puedes esperar por un segundo álbum.
El tipo de trabajo que es Songs of Praise. No hace falta decir más.
Gustavo Reyes
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