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The Glow Pt. 2 de The Microphones: una obra maestra en perpetuo estado de borrador

The Microphones The Glow Pt2

El 11 de septiembre de 2001, el mismo día del atentado a las Torres Gemelas de NY, era publicada la obra maestra de The Microphones

The Microphones
The Glow Pt. 2

K-KLP. 2001. EE UU

Algo venía pasando en el indie norteamericano. Nadie sabe exactamente qué, nadie sabe desde dónde, cuándo fue o hacia dónde iba. Lo cierto es que, para principios de los 2000, cuando The Glow Pt. 2 es publicado, el indie no era ya un mero capricho de chicos del college que decidieron no hacer otra cosa que escuchar discos de otros chicos del college.

La escena indie era una estética, una posición ética, y una declaración política de principios.

La meta en común era hacer sólida la inconsistencia, o si lo prefieren, legitimar el borrador como obra. Para ello, el lo-fi –que ya contaba con décadas de experiencia underground– proveía un método fiel con su ética del Do-It-Yourself (DIY) y un sonido que heredó su estética de los demos, los casetes distribuidos de mano en mano, y los estudios caseros.

De este punto en más, una “obra maestra” no sería sinónimo de producto acabado y profesionalmente producido, con un presupuesto cuantioso de respaldo.

The Glow, Pt. 2 irrumpe como “obra” en un año en que vimos derribarse dos de las edificaciones humanas más elevadas jamás construidas. De hecho, el álbum es lanzado al público el mismo día de los atentados terroristas de aquel fatídico y trágico 11 de Septiembre del 2001.

Aquel evento marcaría su impronta de terror primero, horror luego y perpetua angustia después. The Glow, Pt. 2 –aunque totalmente desconectado de aquella serie de eventos–transmitirá menos por accidente que por serendipidia aquel estado de angustia y desasosiego de los inaugurales 2000.




No se suele asociar emociones como la angustia con la creación musical. Fácil es saber cuándo una tonada es alegre o triste, rabiosa o eufórica, más difícil es transmitir un temor que no tiene causa en principio. The Glow Pt. 2 logra esta proeza entra otras muchas: con poco más de una hora, nos pasea por el variado y vertiginoso túnel de afectos que nos causa un desasosiego irreparable.

La diferencia con las bandas indies que le precedieron es que sabíamos por ellas que las cosas andaban mal en el mundo, pero seguidamente se nos decía cuál era la causa del mal (la guerra, la economía, el sistema, etc.).

La cuestión con bandas como The Microphones –que es poco más que el proyecto unipersonal de Phil Elverum– es que igualmente hablan del malestar común, pero sin proveernos de fuentes claras –estas también se las ha llevado el desasosiego. Aunque vale decir que, sobre este peso siniestro, Elverum hará tañer las campanas de la belleza.

Siempre recomiendo escuchar este álbum en una sola sentada, como si fuese una sola pieza en bloque. En él, no se encontrarán singles ni canciones que queramos repetir: extraer una sola de sus piezas sería hacer tambalear su laboriosa fragilidad.

Es un álbum que más parece una mole de íntimas miniaturas que se ensamblan para dar con un todo precario, y si no se le toma entera, se derribaría a pedazos. En su totalidad, ha sido con frecuencia interpretado como un álbum conceptual sobre el fin de una relación, que toma su título de una canción del anterior LP de los Microphones: “The Glow” –una canción que celebra el destello que desprende el objeto amado.

Pero ese destello tiene segunda parte, y es en esta cuando el brillo pierde fulgor y se eclipsa, no para desvencijar su belleza, sino para mostrar lo que hay más acá del resplandor.




La producción del disco es atropellada, accidentada y muchas veces abrupta: es un hijo engendrado a trompicones, no por mal querido o mal concebido, es simplemente la forma prematura original que vemos en el rostro congestionado de un recién nacido. La tomaríamos por torpeza técnica para un disco que pretendía en intención ser épico, pero acabamos descubriendo un borrador ex profeso: un compendio de demos que se erigen con orgullo en su imperfección.

Por algún tiempo era mi impresión que The Glow Pt. 2 se trataba de un álbum grabado en un estudio casero: todo está colocado en un lugar como para procurar esa dimensión. Pero se trata de una estrategia de disuasión para alejar a escuchas desprevenidas, y más bien animar una escucha más íntima y atenta.

Quizás se trata más bien de la manifestación de un principio, al que el mismo Elverum ha hecho referencia como la “estética del descuido”: charismatic sloppiness –para usar su propia terminología.

La estructura del álbum pareciese tener más un hilo temático que un concepto per se. Elverum intercala entre tonadas más o menos melódicas, interludios de ruidos ambientales y drones, inspirado en los soundtracks y las ambientaciones de la cinematografía de David Lynch –cuya obra fue una fuente infinita de inspiración para este álbum.

Pero quizás la principal musa de este opus sea los entornos en los que Phil Elverum creció: la foresta húmeda y musgosa del Pacífico Noreste de los Estados Unidos. Bosques interminables que reciben frondosos los horrores que la humanidad quiera ocultar en ellos: cadáveres, secretos inconfesables, perversiones, e inadaptados sociales que no tienen otro destino salvo la reclusión.

Elverum añadirá a ese entorno otra paleta de colores: sin perder lo mustio, el misterio adquiere un haz de luz que llama como una esperanza.

El álbum arranca con “I want wind to blow”, sin pretensiones, como si se tratara de una banda de amigos del vecindario que se hacen de guitarras desafinadas y instrumentos de juguete, para improvisar en la casa de alguno que los acoja en su garaje.

Continuará energético y abrupto con la canción que da título al álbum, con pasajes que oscilan entre punk y folk rural. El órgano a mitad de la pieza, celebra la vida del cuerpo que tenemos, así nos toque en soledad.

Elverum se manifiesta con la linea: There’s no end!, y vuelve a la carga.




También volverá a la carga con el indie punk de “The Moon”, lo acompañará una sección de vientos. Se resguardará de la lluvia persistente, para cantar solo desde el porche: suena “Headless Horseman”.

My roots are strong and deep” tiene la cadencia de un himno de reafirmación en la fe de seguir viviendo. Se le sumará un interludio instrumental, antes de asomarnos a la hora más oscura de la noche nihilista.

The Mansion” descartará tenebrosa todo aquello que solo existe en nuestra muy espectral realidad, para elevarnos hasta el alivio de no tener que poseerla tan afanosamente.

Le siguen dos interludios nebulosos en mitad de la niebla: poco distinguiremos, pero seremos iniciados en el ritual del después. “I’ll not contain you” se explica por sí misma: Elverum renuncia a su carga, y nosotros con él.

Ya para “The Gleam, Pt. 2”, todo toma la solemnidad de un funeral, una ceremonia ancestral que requiere ser preservada por precarios que sean los medios. “Map” abre como un mantra electro-acústico, para luego bailar un tango sobre un acantilado.

Se alcanza una sima a cielo abierto en “You’ll be in the air” –de las baladas folk más estremecedoras que jamás se hayan escrito. La sigue un desvio de noise en “I want to be cold”, que cierra con la sentencia: “I hope your flames don’t grow / I just want to be cold / I don’t want you to know.

I am bored” hace uso del double-tracking para lanzar dos pianos en estéreo, adentrándonos de nuevo en una sala espectral. En “I feel my size” se celebra el cuerpo de nuevo en su arrojo: rogamos porque no sea su fin. Luego de una pieza instrumental e introductoria, “I felt your shape” cambia el tono para celebrar el simple acto de abrazarse, así sea en la ausencia del objeto amado.

Samurai Sword” arremete guitarrera y ácida, cuatro minutos de noise puro y duro percutiendo sobre el límite de decibeles de los amplificadores. Luego calla, y se dejan oír esas persistentes sirenas en la niebla.




Parece que el muelle de llegada está cerca. “My warm blood” corona la lista con la pieza de más larga duración de todo el repertorio: Elverum canta íntimo y solo con su guitarra, pero luego nos deja solos con aquello que se escucha al fondo. Nuestro corazón bombeará sangre cálida al ritmo de las sirenas de los ferris. Ya estaremos muy lejos del inicio. La primera tonada regresará en lontananza, pero ya no estaremos para ella. El ferry nos llevará a un lugar de no-retorno.

No hay complementariedad que valga. Hemos sido testigo de la inconsistencia en la que ninguna obra se dará por acabada. The Microphones ha amplificado esta corazonada en un álbum magistral por la volumetría de sus afectos, aunque difuso en el acoplamiento de los elementos.

The Microphones The Glow Pt2
Arte de Leo Visser
The Microphones The Glow Pt2
Arte de Leo Visser

Las letras que nos recita Elverum, no se reiteran en coros, más bien se van convirtiendo en poemas cotidianos de esperanzas y desesperanza, intercalando lo tórrido con lo sublime.

Aunque Elverum no niega su raíz punk, ya no se tratará tanto de contestar o protestar ante lo establecido por nuestros padres o las generaciones envejecidas, ahora se trata de salvarse quien pueda mientras hacemos inventario detallado de nuestras más bellas vivencias.

¿Pero salvarnos de qué, o para qué? Las letras de Elverum insinúan que habrá que salvarnos tanto del pasado que no queremos perder como del futuro al que deseamos antecedernos. De ambos podemos ser esclavos. Todo pasa, solo quedan los destellos de lo que fue, y ya eso debería ser suficiente sentido de permanencia. El sonido de las sirenas de niebla marca el paso parsimonioso que se acerca como un fin inminente del que todos seremos presa. Cuando ya no sean lejanía, serán certeza de finitud.

Para su entorno y su época, The Glow Pt. 2 aparece como la obra maestra de quien reposa en la discontinuidad como un siniestro congénito. Entre lo-fi apocalíptico a ratos, desvíos de black metal y baladas folk, dedicadas a la belleza sutil de lo cotidiano, este álbum no se inmuta por ninguna catástrofe.

Por él sabremos que se nos ha vuelto familiar el declive, tan familiar como los charrasqueos amateur de guitarra que un espectro anónimo improvisa desde la cocina: un sonido doméstico que nos viene de lugares remotos.

José Armando García
garja76@hotmail.com



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