El 7 de febrero de 1998 la legendaria inglesa banda presentaba su monumental puesta en escena del Bridges to Babylon Tour y ahí estuvimos.
The Rolling Stones
Concierto en Foro Sol, Ciudad de México
(Febrero 7, 1998)
El 7 de febrero de 1998, asistimos a la monumental presentación de The Rolling Stones en el Foro Sol de Ciudad de México, como parte de la gira Bridges to Babylon, uno de los más grandes montajes de la historia del rock el cual incluía un largo brazo mecánico que desembocaba en una pequeña tarima en medio del público.
Hemos desempolvado la extensa crónica del histórico concierto, publicada originalmente en el Diario El Universal (Venezuela). Aquí los detalles de aquella inolvidable jornada que vivimos una fría noche, calentada por las 21 canciones que tocó la legendaria banda londinense, que celebraba entonces los 35 años de fundada.
Las coincidencias definitivamente existen. Desde el mismo momento en que confirmé mi presencia en México, justo los mismos días de las presentaciones de The Rolling Stones, dio comienzo esta crónica.
Asistir a un concierto de los Stones no es cosa fácil en Latinoamérica, países por los cuales ellos rara vez se acercan, y más aun sabiendo que en las últimas dos décadas sus presentaciones ocurren a razón de cada 4 o 5 años. Esta era, pues, una oportunidad inigualablemente única y por muchos años impensable.
El día del concierto, Ciudad de México era un hervidero en el que emisoras de radio, tiendas de discos, prensa, TV y público en general, se volcaron hacia el importante hecho de recibir a la mítica e irreductible banda británica, sin duda el mejor ejemplo de constancia dentro de la música rock.
Una organización perfecta permitió que 55.000 espectadores pudiéramos disfrutar a plenitud de un acontecimiento que muchos habitantes de este planeta siempre habían soñado presenciar.
El ambiente previo era tremendamente emotivo. Cientos de vendedores de mercancía stoniana se apostaban a la entrada del Foro Sol, también conocido como el Autódromo de los Hermanos Rodríguez, al este de la interminable Ciudad de México; un recinto perfectamente adecuado para este tipo de eventos.
Entrar fue una auténtica revelación. Un inmenso e impresionante escenario de aproximadamente 25 metros de alto y 62 de largo que iríamos descubriendo poco a poco, se plantaba frente a nosotros.
Al fondo, el ambiente musical elegido presentaba una ecléctica selección que se paseaba por el soul clásico del sello Motown, el techno, el reggae, el blues, el punk y el rock alternativo, pudiéndose escuchar desde los Sex Pistols, The Clash, Oasis, James Brown, John Lee Hooker, hasta The Prodigy, y por supuesto Muddy Waters, de una de cuyas canciones eligieron su nombre
Sin duda, fue la forma elegida por los integrantes de los Rolling Stones de homenajear a sus primeras y más importantes influencias, además de dejarnos notar sus gustos generales y actuales.
La ubicación para nosotros no podía haber sido mejor: situados a unos 50 metros del escenario, completamente de frente. A siete metros a nuestra derecha se ubicaba una reducida y modesta tarima de aproximadamente 5×5 metros en la que suponíamos iba a tocar el grupo mexicano, que resultó ser la veterana banda mexicana El Tri. Fueron 40 minutos de tedio. Su despedida fue lo que más aplaudimos.
Durante el tiempo pre-stoniano pudimos detallar la variopinta asistencia al autódromo. Personas de todas las edades, desde los siete años en adelante. Padres con sus hijos, familias enteras, antiguos hippies, rockeros, quinceañeros, estudiantes y profesionales, en fin, gente que pagó desde 140 a 1500 pesos (entre 20 y 180 dólares). Un concierto que convocó a varias generaciones. Treinta y cinco años de música que han marcado a muchos.
La explosión de los Stones
Durante minutos que parecían eternos, la expectativa iba creciendo, hasta que a las 9:35 el autódromo se oscureció por completo. Segundos después ocurría una explosión de luces y se encendía una impresionante y ultra-nítida pantalla ovalada situada en la parte central superior, y casi simultáneamente comenzó a sonar el primer y absolutamente reconocible acorde de “(I Can’t Get No) Satisfaction”.
En el escenario estaba la inconfundible figura de Keith Richards. Seguidamente aparecieron Charlie Watts, Ron Wood, Darryl Jones y Mick Jagger. Luego el pianista Chuck Leavell. No tardamos ni un minuto en contagiarnos de la energía desbordante que todos ellos, y en especial Mick, comenzaban a irradiar desde la tarima.
El comienzo no pudo ser más musculoso: siguió “Let’s Spend the Night Together” y luego “Flip the Switch”, el primer repaso a su reciente disco Bridges to Babylon. Durante ese tiempo fueron apareciendo en escena Bernard Fowler, Blondie Chaplin y la extraordinaria Lisa Fisher, los tres coristas, así como el legendario Bobby Keys, el saxofonista que desde los tiempos de Sticky Fingers y Exile on Main Street a comienzos de los años 70 los ha acompañado.
A medida que avanzaba el concierto constaríamos la inigualable dirección en el manejo de las cámaras que más bien parecía un trabajo de post-producción que en directo.
Ya con casi todos los músicos invitados en escena, se comenzó a escuchar una maravillosa versión de “Gimme Shelter”, pieza en la cual se alcanzaría el primer gran momento de la noche con los primeros coqueteos entre Mick Jagger y Lisa Fisher, y la magnífica intervención vocal de esta última.
Sin dejarnos respirar, Jagger anunció en español «una canción del momento»: “Anybody Seen My Baby”, inclusión que fue agradecida por todos. Inmediatamente, al finalizar dicha pieza, apareció la sección de metales (The New West Horns) para ofrecernos una energética revisión de “Bitch”, durante la cual Mick lució una envidiable figura atlética, corriendo incansablemente de un lado a otro del escenario, mientras Keith y Ron gozaban cada acorde de su guitarra.

Terminada “Bitch”, Jagger, jugando con los silencios y con su imagen de sex-symbol, anunció dos nuevas canciones, ambas del más reciente disco: “Saint of Me”, sensual y desafiante, y una versión extendida de “Out of Control” mucho mejor que la original y en la que un frenético juego de luces contrastaba con los momentos más cadenciosos creados por una trompeta con sordina, una armónica tocada por Mick y un espléndido Richards.
Las gradas ayudaron con miles de encendedores prendidos que ofrecían un espectáculo tan acogedor como impresionante.
Los Rolling Stones consintiendo a México
Luego de una nueva revisión del material de Bridges to Babylon, apareció en pantalla la página web del reciente tour, mediante la cual los Stones proporcionan a los asistentes de cada uno de sus conciertos la oportunidad de elegir su canción favorita entre quince opciones disponibles.
El sábado 7 de febrero por votación abrumadora salió ganadora “She’s a Rainbow”, cuyos acordes comenzaron a sonar apenas el cursor del mouse se posicionó sobre ella. Fue una versión delicada e íntima en la que Wood se lució con una guitarra que sonaba a medio camino entre un banjo y una cítara.
Apenas finalizada, el público comenzó a corear “¡México! ¡México!” y bajo ese estruendo empezó a escucharse “Miss You”, el momento más libidinoso y sexual de la noche, aprovechado por Jagger y Fisher para todo tipo de jugueteos, incluidos besos en el ombligo de Lisa, quien sin duda nos recordó a Tina Turner.
“Miss You” sirvió además para que Darryl Jones mostrara su habilidad con el bajo, Mick jugara con nosotros, es decir, con el público, poniéndonos a cantar, a hacer ruidos y a sacar la lengua, así como para que Bobby Keys nos regalara uno de sus mejores solos de saxo de toda la noche.
La banda y los invitados fueron presentados inmediatamente por Jagger, recibiendo Charlie Watts la mayor cantidad de aplausos, cediéndole entonces la palabra a Richards que procedió entonces a apoderarse durante dos canciones del centro de atención.
“Thief in the Night” y “Wanna Hold You” sirvieron para que Keith mostrara su don de líder y para que tanto Mick como nosotros tomáramos un pequeño respiro. Un seguro Watts nos hizo pensar que para tocar bien y efectivamente la batería no hacen falta sino cuatro tambores, tres platillos, mucha serenidad y un especial ejercicio de dosificación de energía.
Los Stones recordando los primeros escenarios
La gran sorpresa de la noche no tardaría en llegar tras las dos canciones de Richards. Un estruendo comenzó a sonar mientras del centro del escenario principal se abría una compuerta por la que salía abundante humo blanco.
Un brazo hidráulico empezó a salir y a extenderse a manera de puente colgante (babilónico) hasta la pequeña tarima que teníamos muy cerca y que a su vez se elevó unos pocos metros adicionales. Hacia ella se trasladaron Richards, Wood, Watts, Jagger, Jones y Levell, para ejecutar un mini-set de tres piezas: “Little Quennie” de Chuck Berry, una versión rocanroleada de su viejo tema “The Last Time”, y una increíblemente coreada “Like a Rolling Stone”, la rendición que realizan de la composición de Bob Dylan.
Esta fue la manera que encontraron para decirnos que ellos siguen siendo los mismos Stones de sus comienzos, cuando tocaban en pequeños escenarios muy cerca del público. Era difícil imaginar que íbamos a poder detallar la expresión facial de Jagger, las marcadas zanjas del rostro de Richards, la sonrisa casi perenne de Woods, o el apacible rostro de Charlie Watts. La bajísima temperatura ambiental se nos había olvidado hacía rato.
Clásico tras clásico stoniano
Mientras regresaban a la tarima principal, reconocimos el comienzo de uno de los capítulos más importantes en la historia de los Rolling Stones y del rock. “Symphaty for the Devil” había comenzado y con ella sobrevinieron los lejanos fantasmas del concierto de Altamont en 1969 cuando uno de los asistentes fue asesinado por un Hell’s Angels del cuerpo de seguridad, lo cual hizo que este imaginario encuentro con el diablo en forma de canción fuera excluido de los conciertos por casi 10 años.
Había comenzado ya el repaso a las más legendarias piezas de su repertorio. “Tumbling Dice” permitió que Wood se luciera, incluso con una mini cámara ubicada en el mango de su guitarra, otra de las maravillas tecnológicas de la noche.
Así, se dejó escuchar una soberbia “Honky Tonk Woman” en la que Keith no solo nos deleitó con uno de sus más famosos riffs de guitarra sino también con un breve solo de piano, incluida una patada, y en la que también una vez más creímos ver a Lisa transmutada en Tina.
Durante esta pieza nos apabulló el pensamiento de que la inmortalidad existe. No son únicamente los jazzistas los que mueren tocando.
“Start me Up” prosiguió con la fiesta y con los aerobics de Mick, mientras el público coreaba sin parar. Cuando el nivel de adrenalina estaba en lo máximo nos regalaron una de mis piezas favoritas y uno de sus infaltables clásicos: “Jumpin’ Jack Flash”, con un memorable Keith Richards ejecutando uno de los más influyentes riffs de guitarra de la historia del rock, y bajando a nivel del público.
Un verdadero clímax que obviamente fue aprovechado para terminar con fuegos artificiales de gran colorido y grandes llamaradas que salían de las torres laterales. El escenario se quedó solo mientras los corazones de 55.000 asistentes latían en espera de algo más.
Mientras aparecía México en el mapa de la gran pantalla empezó una lluvia de papelillos plateados y dorados que salían de todas partes, inundando todo el recinto y proporcionando un espectáculo sin igual.
Mientras aún la lluvia estaba en pleno apogeo, aparecieron todos los Stones para darnos una última canción, “Brown Sugar”, a no dudarlo un espléndido final de fiesta que nos dejó más admiración por los Rolling Stones que la que teníamos antes de empezar el concierto.
Al final, ya entrada la medianoche, todos los músicos se abrazaron haciendo una sola fila, quedando finalmente los cuatro Stones, quienes fueron abandonando uno a uno el escenario mientras el público aplaudía. Primero Wood, luego Jagger y finalmente abrazados Richards y Watts. Una última remesa de fuegos artificiales se oyó sobre el autódromo como presagio del final, que a muchos nos costó aceptar.
Treinta y cinco años en 150 minutos no son nada.
Babilónica Tenochtitlán
En esta gira los Stones se embolsan un promedio de 3.4 millones de dólares por show para compensar la inversión de una fastuosa producción que consiste en 45 trailers con más de 700 toneladas de equipo, entre los que se incluyen 500 juegos de luces, 8 generadores de electricidad, 8 kilómetros de cable, 100 monitores de piso y 140 juegos pirotécnicos, sin olvidar el impresionante puente hidráulico de 52 metros de largo que sirve de pasarela para conducir a los Stones a una tarima de reducidas dimensiones.
El escenario es una estructura de 350 toneladas, de 23.5 mts. de alto por 62 de largo (el doble que el de Voodoo Lounge), que sostiene un ambiente repleto de efigies, dos Torres de Babel, una ninfa inflable y otros símbolos mesopotámicos.
Además, consta de una pantalla ovalada y luminosa de gran nitidez con capacidad explosiva y lanza fuego, flanqueada por dos gigantescas torres de sonido de 250.000 vatios.
Este escenario fue diseñado por Mark Fisher, el mismo del tour anterior Voodoo Lounge, y de Zoo TV, Zooropa y Pop Mart de U2. Alrededor de 200 personas montan el escenario durante dos días, más uno adicional para el resto de la producción.
El grupo es además acompañado por un cuerpo de personas responsables de la seguridad, asistentes personales, managers, contadores, encargados del boletaje, del vestuario, del equipo, hay un estilista, un maquillador, un coreógrafo y un psicoterapeuta. Todos dirigidos por un señor de apellido Jagger.
Vino blanco, abundante agua, leche, comida baja en colesterol y muchas frutas son ahora el alimento de los Stones. Los excesos de ayer y la prudencia de hoy parecen ser la fórmula infalible para la longevidad.