Revisamos la carrera de gran calado emocional que el estadounidense comenzó como Smog en 1990 para desde 2007 continuar con su propio nombre
En la historia reciente de la música norteamericana hay nombres esenciales. Uno de ellos es Smog. Otro es Bill Callahan. Ambos se funden en uno.
A pesar de ser uno de los pioneros de la revolución del sonido “lo-fi” (grabaciones de relativa baja fidelidad, concebidas a propósito), el enigmático cantautor Bill Callahan se ha mantenido al margen de los grandes reconocimientos.
Juan Carlos Ballesta
La carrera de Bill Callahan ha arrojado algunos de los discos imprescindibles de los últimos 30 años, un lote de canciones de folk fracturado y austero, textos cargados de venenosa melancolía, ironía, obsesiones, amores imposibles, fetichismo e historias íntimas, que ha ido desgranando en cada álbum que publica.
Smog: del lo-fi al folk rock
El comienzo del proyecto Smog se produjo en 1988 con un primitivo casete editado en su propio sello disquero, Disaster. Cuatro casetes más siguieron, hasta que en 1991 Callahan es firmado por la influyente Drag City, una discográfica de Chicago que desde entonces ha modelado el pop y el rock de vanguardia.
El primer álbum fue Sewn to the Sky (1990), seguido por Forgotten Fundation (1992), pero no fue hasta Julius Cesar (1993) que la paleta de Smog se amplió y la atención de la crítica llegó.
Ayudado por el inquieto Jim O’Rourke y con una instrumentación que sumó el chelo, el violín y banjo, aquel disco incluyó la hilarante “I Am The Star Wars!”, en base a un “loop” del clásico “Honky Tonk Woman” de The Rolling Stones.
Wild Love (1995) fue aún mejor, con piezas como “Batysphere” en clara referencia a la obsesiva introversión de su autor. Dos discos de cruda belleza, con deudas al dark folk de Michael Gira (Swans), siguieron el mismo año 1997, consolidando a Smog en Norteamérica y Europa: The Doctor Came at Dawn y Red Apple Falls.
Tras un breve silencio que motivó su definitiva mudanza a Chicago, apareció el semi-optimista y más guitarrero Knock Knock (1999), y poco después Dongs of Sevotion (2000), disco que contiene algunos de sus más inspirados textos, llenos de descarnada ironía.
En “Dress Sexy at My Funeral” Callahan nos suelta: “Vístete sexy en mi funeral, mi buena esposa / Por primera vez en tu vida / Con tu blusa escotada y tu falda abierta hasta arriba / Cuando te toque hablar / cuéntales sobre la vez que lo hicimos en la playa con fuegos artificiales sobre nosotros / sobre las vías del tren / en el cuarto trasero del bar repleto de gente /y aquí, en el césped del cementerio, justo donde mi cuerpo ahora descansa”
La naturaleza reclusiva de Callahan lo llevó a redimensionar el nombre de Smog. A partir del intenso Rain on Lens (2001) el proyecto comenzó a ser referido como (Smog), paréntesis que refleja la personalidad de un creador desbordante de talento pero inmerso en su mundo interior.
La compilación de singles Accumulation: None (2002), una excelente manera de regalarnos valiosas canciones que se encontraban dispersas a lo largo de su trayectoria, sirvió de preámbulo para Supper (2003) otro de los celebrados discos editados durante la prolífica primera década del siglo 21.
Haciendo gala una vez más de su inagotable vena creativa, Callahan y el grupo de rotativos colaboradores utilizados en (Smog) regresó con A River Ain´t To Much in Love (2005), diez nuevas exploraciones de las alegrías y miserias del alma humana, el cual resultó el último documento bajo ese recordado pseudónimo.
Bill Callahan se despoja de Smog
En 2007, Callahan sorprendió con Woke on a Whaleheart, sin esconderse tras el nombre con el cual ya llevaba años construyendo un nombre y una estética.
A partir de ese momento, su obra se centró en canciones e historias, dejando atrás las viñetas experimentales. Los sonidos de la Norteamérica profunda, la riqueza de las sonoridades acústicas y sobre todo su voz profunda y conmovedora, han sido la columna vertebral.
En los siguientes años, Bill mantuvo un muy buen ritmo de trabajo, publicando varios discos esenciales dentro de la canción de autor ligada al folk y a lo que se ha dado en denominar “americana”, que no es otra cosa que una mezcla de estilos tradicionales con un tratamiento actualizado.
Sometimes I Wish We Were an Eagle (2009), las joyas Apocalypse (2011) y Dream River (2013) y la revisión de este en clave dub, Have Fun with God (2014).
Cada uno de los tres consecutivos trabajos contiene canciones memorables, entre las cuales destacan “Too Many Birds”, “Riding for the Feeling” y “Javelin Unlanding”, respectivamente
Luego de ellos se produjo un inexplicable silencio de cinco años que finalmente fue roto el año pasado con el doble álbum Shepherd in a Sheepskin Vest (Parte de nuestra lista Los mejores 100 discos internacionales de 2019), una colección de veinte emotivas y profundas canciones en las que Callahan amplió la paleta instrumental incluyendo sintetizadores, mellotron, órgano Hammond, kalimba, celeste y marimba.
Afortunadamente, Bill Callahan parece haberse montado de nuevo al tren creativo y aún saboreando el anterior, lanzó su inspirado álbum 17, esta vez con la inclusión de vientos: Gold Record (parte de nuestra lista Los mejores 100 discos internacionales de 2020)
Canciones como “Pigeons” o la revisión del tema “Let’s Move to the Country” son un aval
Callahan ha también producido una serie de maravillosas versiones junto a Bonnie Prince Billy (Will Oldham) -otro grande de la canción folk moderna-, con varios invitados de lujo, que han ido publicando en YouTube en meses recientes.
Comenzando su cuarta década de trabajo, Bill Callahan sigue construyendo un legado de grandes dimensiones apoyado en su expresiva voz barítono y su eficaz y minimalista de componer y arreglar, ampliando las fronteras del country-folk-rock y erigiéndose como uno de los grandes de su generación.
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