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Get Behind Me Satan: el pico del rock minimalista de The White Stripes

Get Behind Me Satan

El 7 de junio de 2005 fue publicado el quinto álbum del dúo conformado por Meg y Jack White, piedra angular de su distintivo rock minimalista

The White Stripes
Get Behind Me Satan

V2 / XL Recordings. 2005. EE UU

En el mundo de las artes hay un axioma que asegura que “menos es más”. Algunos afirman que fue el compositor Michael Nyman quien acuñó la frase por primera vez cuando aún era un crítico musical, otros se la atribuyen al arquitecto holandés Mies Van Der Rohe.

Lo cierto es que su origen está relacionado con el concepto de minimalismo aplicado a disciplinas como la arquitectura, la escultura, la pintura y la moda.

Según el compositor Philip Glass, es una categoría extendida y diversificada que incluye, por definición, toda la música que funciona a partir de materiales limitados o mínimos.

Aunque para los puristas podría ser una herejía extrapolar el termino a otros ámbitos musicales fuera del academicismo, el hecho es que dentro del rock, el jazz y la música electrónica son muchos los exponentes que practican la inteligente filosofía de “menos es más”, haciendo caso omiso de la tendencia que lleva a muchos músicos a creer que el virtuosismo es la mejor y única forma de conectar con la audiencia.




El dúo The White Stripes es uno de los más vivos ejemplos de austeridad dentro del rock, una forma de acercamiento involuntario a los preceptos que definen el minimalismo.

La formación mínima de guitarra, batería y voz fue la fuente vital de su sonido, un diamante en bruto que fue puliéndose lentamente desde se debut en 1999,  a lo largo de seis estupendos discos, llegando al cenit hace 15 años con Get Behind Me Satan (2005)

El grupo protagonizó un regreso a lo más básico (back to basic), buscando conectar directamente con las más primigenias emociones.

La ausencia del bajo, instrumento fundamental en la mayoría de los grupos de música pop, representó siempre un desafío que la dupla logró superar con sorprendente habilidad y que siempre recordó a The Doors, un cuarteto que prescindió con éxito de él.

Por otro lado, como importante complemento al componente musical, estuvo el manejo de su imagen basada sólo en los colores rojo, blanco y negro, la cual definió desde un comienzo sus claras intenciones reduccionistas.

El camino hacia Get Behind Me Satan

Formada en 1997 en Detroit, Michigan, ciudad industrial por excelencia de los Estados Unidos, por Jack White (John Anthony Gillis, guitarra, voz y composiciones) y Meg White (Megan Martha White, batería y voz), desde un principio quedó claro que habían aprendido muy bien el abc del rock.

La influencia de algunos iconos de su ciudad, entre ellos Iggy Pop & The Stooges y la banda MC5, ha estado siempre presente en su música, una forma de mantener vivo el llamado garage-rock, caracterizado por un sonido sin pulir pero lleno de intención, “actitud” y energía.

A pesar de las referencias, que se extienden también a Captain Beefheart, Led Zeppelin y T. Rex, The White Stripes no fue un grupo enmarcado dentro del “revival” de los años 70 y 80. Por el contrario, el dúo fue el reflejo de varias décadas de cultura rock norteamericana en la que convergen folk, blues, rock de garaje, southern rock y punk, logrando un sonido libre de los corsés que aprisionan a muchas bandas preocupadas más por la estética que por el componente emocional.




La carrera del dúo fue una curva ascendente, truncada antes de tiempo luego de Ichty Thumb (2007), recorriendo el camino desde el más completo anonimato hasta el reconocimiento de crítica y público en gran parte del planeta.

El homónimo primer disco editado en 1999 fue una rudimentaria señal, pero ya el año siguiente con De Stijl (2000) comenzaron su imparable carrera hacia el éxito, construyendo una importante legión de seguidores.

Su propuesta siempre reflejó la frescura musical y talento lírico de Jack White y la irrebatible fuerza de Meg White en el manejo de los ritmos y los silencios, recordando a Moe Tucker, la baterista de The Velvet Underground.

La aparición de White Blood Cells (2001) terminó por convertirlos en una referencia ineludible, obteniendo todo tipo de nominaciones y reconocimientos tanto en su país como en Europa y Australia.

Su definitiva consagración ocurrió dos años después con el fenomenal disco Elephant (2003), primer intento con una disquera de importancia (V2, sello creado por Richard Branson tras la venta de su emporio Virgin).

Grabado en Londres en apenas dos semanas, en un equipo análogo de apenas ocho canales, Elephant fue una declaración de principios, capturando todas las influencias, contradicciones y ambivalencias de su sonido, circunstancias que atrapaban (y siguen atrapando) sin remedio a todo aquel que lo escucha.

Su puerta de entrada, “Seven Nation Army”, permanece como una de las piezas de mayor fuerza telúrica de esta década.

The White Stripes en busca de la madurez

Después de Elephant era dificil poder concebir un disco superior. Meg y Jack White lo consiguieron con Get Behind Me Satan, compuesto por trece magníficas canciones que hacen complicado decantarse por alguna en detrimento de otra.

Para ello apostaron al cambio, dejando a un lado las sonoridades más punk en beneficio del blues y el folk.

La mayoría de las canciones están compuestas en piano y marimba, lo cual les otorga una especial sencillez y una atmósfera a veces seductora y en otras melancólica. Pero ello no significa que no haya momentos de especial energía rockanrollera como “Blue Orchid”, “The Denial Twist” y “Red Rain”.

La marimba aparece por primera vez en “The Nurse”, la cual posee un delicado desarrollo que es interrumpido por ráfagas de guitarras distorsionadas. Luego emerge la rítmica “My Doorbell”, con la desesperada voz de Jack navegando sobre el  piano, la batería y las maracas.

Forever for her is over for me”, es un blues stoniano de alta factura que antecede a “Little Ghost”, uno de los más logrados momentos folk de todo el disco en el que Meg participa activamente en el rol de vocalista.




La mitad inicial del disco posee suficiente encanto como para dejarnos enganchados, pero el resto resulta ser aún más brillante.

Es así como “White Moon” e “Instinct Blues”, la primera basada en piano y la segunda en una soberbia guitarra, se erigen como dos blues-rock en los que los Rolling Stones y Led Zeppelin se dan la mano, mientras Jack White destapa todo su “feeling”.

Passive Manipulation” es una delicada viñeta de 32 segundos que recuerda a los neoyorquinos The Fiery Furnaces, otro dúo hombre-mujer (en este caso hermanos) cuya inesperada influencia vuelve a notarse en “Take, Take, Take”.

El lado más folkie lo representa “As Ugly As I Seem”, con una guitarra acústica y unos desnudos bongos. Al final The White Stripes nos regala una maravilla, “I´m Lonely But I Ain´t That Lonely Yet”, nostálgica y rural, con pinceladas de Janis Joplin.

Es imposible dejar de pensar en The White Stripes como uno de los más genuinos e imprescindibles representantes del variopinto mundo pop del siglo 21, surgido de las entrañas mismas del monstruo, ese que es capaz de producir lo mejor y lo peor. El dúo de Detroit sigue siendo, a pesar de que cesó como entidad, una de las más estimulantes realidades del rock contemporáneo.

Juan Carlos Ballesta


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