El 23 de julio de 2011 fallecía la talentosa pero atormentada artista inglesa, con apenas dos discos editados y un horizonte sin límites.
Siguen conmemorándose años del fatídico día en que la inglesa Amy Winehouse nos dejó. Para muchos, era una muerte anunciada. Su música y distintiva imagen sigue con nosotros como si esperáramos su nuevo disco. No fueron fáciles sus últimos años. Amy fue vencida por sus demonios. Apenas tenía 27 años y un horizonte amplio. Siempre estará cerca.
Juan Carlos Ballesta
Año 2011. Julio 23, 4 p.m., hora del meridiano de Greenwich. Dos ambulancias recorren las calles de Londres para llegar a Camden. Habían recibido una llamada de emergencia desde la casa de Amy Winehouse.
Minutos después la Policía Metropolitana informaba de la muerte de la cantante y en apenas minutos las redes sociales, entonces no tan extendidas como ahora, las webs y el resto de Internet se invadía con la noticia y miles de reflexiones y comentarios, algunos de naturaleza moralista y otros muy sentidos y empáticos.
De inmediato leemos la noticia en el boletín de NME. Enseguida un video de Paul Weller con Amy en el programa de Jools Holland, en plan big band, hace aparición en el muro de Ladosis en Facebook, acompañado del comentario: “Se fue Amy Winehouse. Jim, Jimi, Janis, Brian, Kurt, probablemente la estaban esperando”.
Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain, todos muertos a los 27 años producto de los excesos y de la errática forma de lidiar con la fama, se han encargado, sin querer, de construir y “gerenciar” el particular panteón de figuras del rock fallecidos en plena forma, al que se fueron uniendo figuras de relevancia planetaria, que apenas habían llegado a los 30, como Keith Moon y John Bonham, y una lista interminable de grandes e influyentes músicos, muchos de ellos no tan mediáticos.
Es a los 20 cuando los músicos ligados al rock alcanzan notoriedad, se desatan y aplican lo de “soy joven y puedo con todo”, por ello, casualidad o no, esa edad podría ser un punto de inflexión. En tiempos recientes se han unido casos como el de Chris Cornell o Chester Bennington
Citábamos en el artículo que le dedicamos a Amy en la primera edición impresa de Ladosis (noviembre 2008) a tres personajes que han atravesado pasajes nada reconfortantes y que mostraban genuina preocupación por su estado.
Mick Jagger: “Cuando nosotros experimentábamos con drogas, se sabía muy poco sobre sus efectos. No había centros de rehabilitación. Estoy preocupado de que muera si sigue por el camino que ha tomado”.
Keith Richards: “Amy debe dejar lo más pronto posible sus variadas adicciones”.
Ozzy Osbourne: “El camino en el que se encuentra es muy triste. A mí me llevó mucho tiempo deshacerme de mis demonios. Todo el mundo cree que esto de la rehabilitación es una cura milagrosa, pero es muy, muy duro”.

El meteórico ascenso y estrepitosa caída de Amy
Amy era una voz única, heredera sin proponérselo de las grandes voces que moldearon el sonido del soul en los años 60, género al que ayudó de nuevo a colocar en primer plano en el siglo 21, incluso con su estética visual. También coqueteaba con el rock steady y el ska.
Apenas dos discos pudo editar en vida, el jazzeado Frank (2003) y el más cercano al soul Back to Black (2006), que conforman una corta pero muy elocuente carrera, completada de forma póstuma -5 meses después de su muerte- con Lioness: Hidden Treasures, con material inédito escogido por Mark Ronson, Salaam Remi y su familia.
Cinco años habían pasado desde el segundo y maravilloso álbum, tiempo durante el cual Amy visitó el cadalso, trató de subir varias veces a superficie, ganó premios y reconocimientos, pero también la lástima de muchos que la vieron tambalearse ebria y esperpéntica sobre un escenario.
Muchos juicios moralistas se vertieron sobre ella, pero lo cierto es que mucho antes de ser famosa ya Amy lidiaba con sus demonios. Su último intento de volver al ruedo con dignidad fue doloroso. Su gira se vio interrumpida por su frágil condición, física y psicológica. El mundo, sin embargo, presenciaba con morbo ese proceso autodestructivo y sólo unos pocos la aconsejaban.
El último concierto de Winehouse se realizó en condiciones penosas un mes antes de su muerte, el 18 de junio de 2011 en Kalemegdan Park, Belgrado, Serbia. No se entiende porqué la dejaron entrar al escenario tambaleándose, en condiciones muy precarias. El público no la perdonó. Los medios reflejaron lo ocurrido con un despiadado morbo, como ya se había echo costumbre. Los memes aún más crueles también circularon en redes sociales. Esos mismos ahora hablan maravillas de Amy.
El repertorio aquel día fue corto y varias de sus canciones más conocidas estuvieron ausentes: «Just Friends«, «Addicted«, «Tears Dry on Their Own«, «I’m on the Outside (Looking In)» (versión de Little Anthony & The Imperials), «Some Unholy War«, «Boulevard of Broken Dreams» (versión de Hal Kemp and His Orchestra ), «Back to Black«, «Love Is a Losing Game«, «You Know I’m No Good«, «Valerie» (versión de The Zutons) y «You’re Wondering Now» (versión de Andy and Joey)
El resto de la gira fue suspendida. Sin estar muy consciente de ello, se estaba despidiendo.
Aquel acercamiento a Winehouse en nuestra primera edición concluía así: “Amy se acerca peligrosamente a las leyendas del rock, a los más sufridos del jazz y el blues, a los descarriados de la música country-folk y los incorregibles de la salsa. Acompañada de su calidad artística, Amy se pasea por el filo de la navaja”.
Amy se fue, pero aquí quedó. Su voz y su feeling son demasiado poderosos. El documental “Amy” que ganó el Oscar en 2015 muestra su auge y caída. Hoy su presencia sigue intacta.
Amy sigue produciendo una mezcla de admiración, respeto, ternura y lástima, y ahí está su poderosa y expresiva voz retumbando con naturalidad, como si quisiera decirnos que no fue su culpa haberse ido tan pronto.
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