Ante una íntima y entregada audiencia, la cantautora y guitarrista estadounidense volvió a demostrar que es una artista única y maravillosa
Circuit Des Yeux
Concierto en Café Berlín, Madrid
(Octubre 18, 2022)
Diez temas y una hora de concierto fue suficiente para dejar estupefactas a las 50 personas que asistieron al Café Berlín. La estadounidense Hahley Fohr es una fuerza de la naturaleza. Su voz de cuatro octavas seduce, conmueve y eriza la piel. Ya lo habíamos comprobado en 2018 (leer crónica aquí), ante una audiencia similar muy entregada.
Su rango vocal y estilo puede recordar en ocasiones a Diamanda Galás o a Nina Simone, Nico, Jarboe o Chelsea Wolfe. Hahley se presentó en un formato reducido, acompañada de la fenomenal Whitney Johnson en la viola eléctrica (quien en aquel show de 2018 presentó su proyecto solista Matchess) y Ashley Guerrero en la batería.
Como era lógico el setlist hizo énfasis en el material del reciente disco -io, un trabajo imponente que formó parte de nuestro listado Los 100 mejores discos de 2021 alrededor del mundo.
Si bien esta vez el escenario no estuvo tan oscuro como la vez anterior y tanto a Johnson como Guerrero podía detallárseles sus rostros, Fohr salió ataviada de negro, botas tacón alto, con un sombrero de hechicera que tapaba parte de su cara, muy en especial los ojos y frente.
Es su manera de construir un personaje, una atmósfera y atraernos hacia ese oscuro y enigmático universo, que a pesar de lo profundo de su voz se circunscribe dentro del terreno “pop”.
Con guitarra y ocasional teclado, la endiablada viola y la certera batería, las tres nos hechizaron sin remedio.
Al salir al escenario lo primero que pidió Hahley fue que las luces blancas frontales fueran apagadas. Y de inmediato comenzó “The Chase”, con el ritmo y arpegios repetitivos, y la viola creando tensión, al tiempo que la voz se apoderaba de inmediato de toda la sala.
Sin pausa tocaron “Sculpting the Exodus”, con una especie de loop vocal al fondo, una batería comedida y una viola fantástica que atempera el carácter lúgubre de la interpretación vocal. Espeluznante la parte final con la voz doblada.
Enseguida abordaron “Vanishing”, impresionante demostración de poderío vocal sobre un sólido rítmo apuntalado por un trabajo sensacional de Johnson que convierte la pieza en un indómito chamber pop ideal para película de terror psicológico.
El cuarteto inicial de piezas de -io concluyó con la densa “Dogma”, conducida por un ritmo de batería galopante al que Hahley sumó un incisivo piano en el tramo final.
Sin darnos tiempo a aplaudir, comenzó la espeluznante versión de “Double Dare”, tema que abría aquel sorprendente álbum debut de Bauhaus, In The Flat Field (1980).
Hahley parecía poseída, se movió entre el público en total oscuridad, gimió, contorsionó y nos metió escalofríos en el cuerpo, apoyada en la viola espectral y la contundente batería. Se quedan cortos los adjetivos. Fuimos embrujados y conducidos a lomos de enloquecidas gárgolas por la oscuridad de la noche.

Y de repente (con salida en falso incluida y algo de humor), Fohr se despachó con la conmovedora y dramática “Black Fly” del disco anterior, Reaching for Indigo (2017), junto a una viola inmensa y una delicada batería con escobillas. La pieza fue ganando en intensidad hasta llegar al tramo final en el que parece lanzar una conjura.
Luego de la inolvidable tormenta desatada en la media hora inicial, el oceano encrespado pareció calmarse con “Fantasize”, pieza de aire nostálgico del disco Scene in Plain Speech (2015), el tema más antiguo que tocaron.
Los dos temas finales fueron interpretados solo por Fohr y Johnson, y funcionaron para suavizar el carácter inquietante que hasta ese momento tenía el concierto. Hahley se quitó el sombrero, pero el escenario se oscureció.

Para la primera, “Brainshift”, Hahley se movió al teclado. La pieza, casi un requiem, nos condujo directo a aquellos discos otoñales de Nico y su armonio con John Cale en la viola.
La segunda, “Stranger”, estuvo precedida por palabras de agredicimiento. En esta, tocando el teclado con sonido de piano, la gran Hahley sonó a medio camino entre Nina Simone y una comedida Diamanda Galás. Triste y sombría, el tema nos conmovió irremediablemente. Cualquiera atravesando una situación dolorosa, con esta canción puede entrar en llanto incontenible. Al final, Hahley hizo con su voz lo que quiso. Una gigante, una artista única. Un tesoro.
Y ante el sentido reconocimiento de la audiencia, volvió con una humildad propia de los artistas más grandes, y nos regaló con su guitarra una versión muy emotiva del magnífico tema de Lucinda Williams, “Fruits of My Labor”.
¿Cómo hacer para volver a la realidad después de ver a Circuit Des Yeux? No sabemos.
Juan Carlos Ballesta