El 9 de abril de 1984, fue publicado el segundo álbum del emblemático cuarteto norteamericano, un disco que ha ganado puntos con el tiempo
R.E.M.
Reckoning
I.R.S. 1984. EE UU
Es posible que cuando salió Reckoning, aquel ya lejano 9 de abril de 1984, los que estaban ya expectantes y atentos al siguiente paso que daría R.E.M. sintieran un repentino bajón de emotividad, incluso un dejo de decepción inicial. Y es que es difícil comenzar bien, pero aún más difícil mantenerte a la altura de tu gran entrada escénica.
El mundo venía de Murmur, un álbum debut histórico en todo sentido, inolvidable como los reencuentros con tus mejores amigos de la infancia que creías desaparecidos. No sólo se había tratado de un disco con un sonido nuevo y único, esa simple y inesperadamente singular mezcla de síntesis punk y emotividad folk, tan inquieta y pulsante como colorida y armónica, sino que de paso eran canciones endemoniadamente buenas, con sabor a clásicos instantáneos.
Pero había incluso algo más: Murmur fue elaborado con una especie de concepción aterciopelada del sonido. Estamos frente a un álbum que está pisando fuerte -tanto por la época como por sus valores musicales de economía de recursos y percusión sin atajos- los terrenos del punk y el post-punk, y que sin embargo está envuelto en casi todo momento por una atmósfera casi pastoral.
Se podría decir que el sonido de aquel debut era casi táctil, extrañamente espeso, una especie de calidez que en cierto modo cancelaba cierta claridad de detalles.
Entonces muchos pudieron pensar al escuchar esos primeros acordes de “Harborcoat”, nostálgicos y ligeramente radiantes, con ese sonido tan limpio, refinado y clarificado, la dicción de Michael Stipe tan definida que sentimos que nos canta al oido -aunque igual seguimos sin entender de qué van sus letras- que “algo” se había perdido.
No obstante, gracias a esa gran bendición que es la perspectiva del tiempo, los que descubrimos a R.E.M. en el transcurso de las siguientes décadas, podemos acercarnos a Reckoning y perdonarle que no sea un segundo Murmur; porque hay que ser sinceros, no lo es.
Estamos ante un grupo de temas a los que, en conjunto, se les escapa la trascendencia. Muchos parecen incluso hermanos menores de algunos de los grandes temazos del primer álbum.
”Harborcoat” suena inevitablemente como un “Shaking Through” parte 2, lo cual es una injusticia imperdonable. Afortunadamente bastan apenas unas pocas escuchas para descubrir la riqueza de sus acordes, sus graciosos repiqueteos de hi-hat y lo que podríamos calificar como un “eco fugitivo”, un ligero pero efectivo juego vocal en la estrofa que anuncia los inspirados pasajes vocales de grandes temas futuros como “Orange Crush”, de Green (1988), el decimoprimer tema sin título que cierra ese mismo trabajo y “Near Wild Heaven”, de Out of Time (1991), y que se convertiría en una de las especialidades interpretativas de la banda, a prueba de imitadores.
Más allá del asunto de “la angustia de las influencias” -la idea del crítico literario Harold Bloom, sobre la ansiedad de un artista por estar a la altura de otros ya consagrados- aplicada al tema de “cómo superar tu obra maestra debut”, lo cierto es que la banda no había dejado de escribir material y tenía suficiente incluso para dos discos o un álbum doble, de modo que no sólo no habia mayores motivos de estancamiento sino que de hecho R.E.M. tenía un arsenal portentoso de música cautivante y fresca por sacar a la luz, parte de la cual logró hacerse camino en este segundo trabajo.
En “7 Chinese Bros.”, por ejemplo, encontramos uno de los mejores y primerizos ejemplos de la habilidad de Peter Buck para construir progresiones de acordes capaces de agitarnos el alma con su belleza simple y depurada, y “So. Central Rain (I’m Sorry)” es el tipo de tema destinado a ser un clásico recurrente, invitándonos a una especie de ejercicio nostálgico y evocativo de recuerdos lejanos para luego llevarnos al filo de una penumbra con sabor a Joy Division.
En “Pretty Persuation”, la banda ejecuta su mejor interpretación del espíritu new wave de la época, recurriendo a la velocidad que el punk le dio al género e iluminado por el resplandor melódico del jangle-pop, con una grandiosidad guitarrera que le da al tema su estatus de “himno obligado”, una de las canciones definitivas de los cuatro de Athens (Georgia).
Canción grande entre las grandes la banda, producto de un extraño sueño de Stipe en el que se veía a sí mismo fotografiando a los Rolling Stones.
No menos extraño que “Time After Time (Annelise)”, una de las piezas más inesperadas de R.E..M. dentro de este trabajo e incluso dentro de su entonces incipiente discografía, una especie de cántico meditativo, llevado por una persistente percusión tribal, que se enaltece a medida que progresa entre arreglos destellantes.
Una experiencia transportadora, cuyo formato se repetiría en el futuro pero en clave distópica, en “I Remember California”, de Green.
“Second Guessing” nos muestra un R.E.M. demostrando su valor en terrenos del punk. El tema, que para este momento era de lo más vertiginosos que tenían en su muestrario, se beneficia de una musicalidad decidida y en avanzada plena, afilada por la propulsión filosa de los platillos de Bill Berry.
Pocos instantes después “Letter Never Sent” aprovecha este empuje para ofrecernos otro de esos temas anhelantes cobijados en ricos acordes que se convertirían en otro de las fortalezas indiscutidas de la banda.
Para cualquiera familiarizado con el momento histórico resultará sorprendente la claridad instrumental de un disco como Reckoning.
Para ser un álbum alejado de cualquier cosa que estuviera intentando cocinar el mainstream de la época, la pureza y perfección del sonido de este disco es algo que resulta fascinante y atractivo, casi hechizante.
Siempre he mantenido que los discos de R.E.M. de los 80 no suenan a los 80. Todo acá se siente vivo, realista y al alcance de la mano, desde el más mínimo detalle en los inspirados arreglos guitarreros hasta el preciso pero reservado sonido de un redoblante que siempre deja espacio para que todo el resto de la música respire, completamente ajeno al gated reverb -ese sonido como de trueno ahogado de hits de la época como el “When Doves Cry”, de Prince, o el “Some Like it Hot”, de Power Station– que parecía tener hipnotizados a todos los productores de la industria.
Son los comienzos de una tradición de excelencia y diafanidad sonora que persistió durante casi toda la carrera de la banda y que fue marca indeleble de esas exquisitas piedras angulares que fueron Document (1987), Green (1988), Out of Time (1991) y Automatic for The People (1992) -una de los cuartetos discográficos mas monumentales de la historia del pop reciente.
La idea detrás del álbum fue hacerlo sonar tal y cómo la banda sonaba en vivo, para lo que Mitch Easter y Don Dixon -de vuelta con la banda tras Murmur– apelaron a la grabación binaural (usando dos micrófonos para evocar “tridimensionalidad” sonora) buscando poner al oyente en el mismo lugar que los músicos, al menos en términos de la experiencia sonora.
No hacía nada de daño que ambos fuesen inusitadamente jóvenes y unos verdaderos apasionados tanto de su oficio como del sonido jangle, gracias a lo cual, R.E.M. echó raíces en gran medida sobre el brillo inusitado que tenían sus acordes y arpegios, y que en este trabajo abundan como una erupción primaveral.
Es justamente lo que saboreamos en “Camera”, una hermosa balada elegíaca inspirada en Carol Levy, fotógrafa y antigua pareja de Stipe que desapareció trágicamente, y que por alguna razón, a pesar de su inevitable carga melancólica, suena casi como un arenga a la esperanza, flanqueada por guiños de guitarra y fills percusivos que hacen el papel de alas sobre las cuales la pieza remonta hacia alturas inesperadas.
“(Don’t Go Back To) Rockville” es la secuela lógica de este intenso viaje emotivo, explorando la sensibilidad del country para ofrecernos un divertido juego entre añoranza y plegaria, con apenas un toque justo de discreta esperanza -esta fue la forma como Mike Mills intentó que su entonces novia, Ingrid Schorr, no regresara a Rockville, su ciudad natal (este es un disco cargado de despechos, no es fácil la vida de una estrella del rock).
La banda nos despide con “Little America”, una de esas piezas de sentimiento descriptivo, y cuya narrativa sonora nos indica que Stipe pudiera estar cantando sobre la vida -no de modo muy distinto a “It’s The End Of The World As We Know It (And I Feel Fine)” (de Document) y tal vez con la misma actitud de aceptación que en la cautivante “Find The River” (de Automatic for the People).
A medio camino entre la entretenida declamación apresurada de la primera y la resignación esperanzada de la segunda, el tema es casi una invocación a la lucidez y la decisión, cerrando el trabajo en una nota de energía acumulada.
Cuando R.E.M. irrumpió en las carteleras mundiales en el tsunami alternativo que invadió el mundo pop de los 90, se granjeó el afecto de buena parte del planeta gracias a su voluntad de seguir haciendo música desde lo más profundo de su ser, música que no sabe mentir.
Esto, obviamente, resultó en un desenterramiento de su discografía primigenia, toda esa inmensamente rica obra forjada en su tiempo bajo la tutela de I.R.S. e incluso durante sus primeros años con Warner.
Pero Recoking no sobrevive por esto. Ni este, ni ningún trabajo de la banda debe su vitalidad a un asunto de culto o remembranza o de ventilación enciclopédica de la “obra” de R.E.M.
Simplemente no puedes sentir nostalgia cuando escuchas un disco como este, porque se trata de música que siempre suena a ahora, como si hubieses escuchado tocar a Stipe y a Mills y a Buck y a Berry en la casa de al lado hace apenas unas horas y ahora simplemente estuvieran descansado.
No sentirás tristeza por el “glorioso pasado perdido del rock” cuando “re-escuches” o le entres por primera vez a Reckoning luego de leer esta nota -y si no lo haces me sentiré triste por ti-, porque estos temas no te hablarán del ayer, así vengan desde tres décadas en el pasado.
Más bien, mientras los escuchas, te harán sentir que aún en la era de Spotify y el “featuring”, quizás haya todavía posibilidad, en algún lado, para lo extraordinario.
Gustavo Reyes
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