El grupo inglés liderado por Mark Hollis, publicó su rompedor e influyente cuarto disco, el 12 de septiembre de 1988
Talk Talk
Spirit of Eden
Parlophone. 1988. Inglaterra
Spirit of Eden despunta como un amanecer en la campiña inglesa, y uno no sabe si echarse a contemplar las beldades de la armonía celeste, o irse de caza a por perdices. Por ahora, elijamos la contemplación, el álbum lo amerita.
A 30 años de su lanzamiento, Spirit of Eden no parecía sacado de la discografía de una de las bandas más icónicamente ochenteras que podamos concebir, con éxitos que son hoy himnos de la laca erecta del synth-pop.
No tan estructurado y cancionero como su hermano mayor –The Colour of Spring, 1986- pero tampoco tan abstracto y libre-formato como su hermano junior –Laughing Stock, 1991-, aunque con ellos forme una trilogía que le dio viraje de 180 al sonido de la banda.
Spirit of Eden se encuentra en mitad de una ruta que tuvo un destino irremisible, aún con una influencia oceánica. El sonido se fue forjando a cuentagotas, pero como la estalactita, solidificó sin revoque. P
ara finales de los 80 no se había acuñado el género, pero Talk Talk fue post antes de ser rock, y para cuando fueron post-rock ya eran inclasificables –lo supimos por sus discípulos Bark Psychosis cuando ya la etiqueta no aplicaba retroactivamente.
El sonido de Talk Talk a este punto es una especie de jazz que se despliega en formas ambient, con arreglos de cuerdas y la voz siempre nasal de Mark Hollis como acompañado una revelación mística. Un sonido sombrío, habrá veces, otras dando paso a la luz sobre-exaltante de los vitrales.
El disco parece una combinación multiforme de claros y oscuros, improvisaciones y composiciones, ruidos y melodías que entreveran una cifra divina. Puestos a ver, el álbum apenas dura poco más de 40 minutos, pero se despliega con paso camaleónico que lo hace durar horas de horas, en un sostenuto que hace que los momentos de acción parezcan apenas retazos.
Todas son prolongadas canciones en duración: apenas 6 para un disco de 40 minutos, promediando más de 6 minutos por canción –esto no sólo es un dato técnico, es el cariz con que el álbum se despliega, acompasado y tenue.
“The Rainbow” -primera pieza en la lista- en realidad es una aurora perfecta y atmosférica, con soplidos de armónica que cortejan a faisanes matutinos en la lejanía. Seguida sin interrupción, “Eden” como segundo movimiento; son la misma pieza, pero esta vez un órgano catedralicio hace un anuncio extático, la voz desfalleciente de Hollis pretende estar a la altura –el ímpetu cuenta.
En la pradera abierta se escucha el graznido de aves silvestres: oboes, clarinetes, fagots, más allá un guitarra rasguñada o al arco.
“Desire” es la pieza con mayor acción del disco: tiene una dinámica quiet-loud-quiet, parecida a la que tanto se replicó en los 90, luego de que Pixies patentara la fórmula.
Pero contrario a las ebulliciones de ira de Black Francis, Talk Talk va de una calma contemplativa a la apertura de una revelación que se recibe como un flechazo en el alma inerme del escucha.
Talk Talk lo escatima todo en la coda de esta pieza, con ráfagas de percusiones y guitarras: es la cima más álgida del disco.
“Inheritance” es una balada que se diluye en música de cámara y se va haciendo un abanico de sonidos cada vez más abstractos y angulares, siempre al borde del ruido. El órgano tiene en esta su protagonismo, y el contrabajo y la batería a cepillazos lo acompañan fiel.
Luego le sigue la canción más estructurada de las seis: “I believe in You”. Una pieza de nocturna a matinal, esto es: si los versos son la noche y sus presencias, el coro son los primeros rayos de sol áureo.
Un orfeón de voces juveniles se entreteje con la voz de Hollis en este último, es imposible no calificar el pasaje de celestial. El sonido armónico y gélido del variophon se luce con una improvisación en el trasfondo: le da un toque lisérgico a la pieza, como el residuo de un sueño en la duermevela.
El álbum cierra con «Wealth«, una composición a mitad de camino entre el ambient y el gospel: algo de esperarse en un álbum pleno de referencias religiosas, tanto en las líricas como en la partitura.
Un hilo de voz que casi se rompe en llanto se entrega a los elementos y da así fe de su total entrega: “Bring me Salvation if I fear / Take my freedom, sacred love […] Light my freedom up / Take my freedom / For giving me a sacred love”. La pieza renuncia a su libertad compositiva para diluirse en el silencio.
Mark Hollis practicaba lo que profesaba.
Ave silvestre o exótica, Spirit of Eden es aún hoy rara avis. Nada graznaba similar para 1988, quizás sólo el jazz de cámara de los artistas del sello ECM, pero era un círculo exclusivo como para serle parangón. Y eran pocos los músicos que desafiaban la composición de canciones desde lo más oblicuo, quizás solo exceptuando el pop elegante y sofisticado de David Sylvian y The Blue Nile –una banda que aún espera su reivindicación.
A la caza de ese sonido post, cruzado y trasversal, Talk Talk se hizo de una presa ardua pero notoria con Spirit of Eden, no para disecarla y exhibirla sobre muros, sino para ofrendarla en templos abandonados por sus devotos, cuyo vacío es acústica a la medida de una producción vasta (no es metáfora: el álbum fue grabado en una antigua iglesia victoriana transformada hoy en el renombrado Wessex Studio).
¿Dónde termina el vacío y comienza la vastedad?: es parte de la revelación que este álbum ofrece al final de una década en la que -era esta la queja a voces- la radio profesaba monotonía y letargo.
Spirit of Eden amanece y nosotros despertamos al sonido que estaba por venir. Ahora sí, ¡vayámonos de caza!
José Armando García
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