El 2 de septiembre de 1977, en plena efervescencia punk, se publicó el octavo álbum de la banda inglesa, con la inclusión del violín eléctrico
Van Der Graaf
The Quiet Zone / The Pleasure Dome
Charisma. 1977. Inglaterra
El último disco en estudio editado por la legendaria banda inglesa en los años 70 fue bastante diferente a los predecesores. Aquel fue un breve pero intenso período que cambió radicalmente la conformación instrumental respecto a la etapa previa que había arrojado los discos Godbluff (1975), Still Life (1976) y World Record (1976), grabados por Peter Hammill (voz, piano eléctrico, guitarra), Hugh Banton (órgano, mellotrón), David Jackson (saxos, flauta) y Guy Evans (batería) en apenas doce meses.
No fue hasta 2005 que la banda produjo un nuevo álbum de estudio, una relación repotenciada que los ha mantenido activos. Su reciente y fantástico álbum Do Not Disturb (2016) demuestra que son una rara avis.
Tras el retiro de Banton y Jackson a finales de 1976, Hammill, siempre el principal compositor, quedó al control y en una sorprendente y arriesgada decisión, reformó a la banda dándole entrada al violinista Graham Smith (del grupo String Driven Thing) y al viejo compañero de los primeros tiempos de la banda, el bajista Nic Potter (tristemente fallecido en 2013).
Este movimiento le dio un giro al sonido del grupo (prescindiendo del término “Generator”), ahora sin teclados y con una aparición fantasmal de Jackson en solo dos temas. La base rítmica de Evans y Potter adquirió una especial relevancia, tomando en cuenta que VDGG no había contado con un bajista desde el tercer álbum, H to He, Who Am the Only One (1970), siendo Banton el encargado de asumir ese rol, tanto con su mano izquierda como con los pedales del órgano.
Casi sin proponérselo, el sonido de Van Der Graaf repentinamente adquirió una aspereza sintonizada con los tiempos de explosión punk, lo que queda patente en el disco en vivo Vital (1978), que retrata a una banda en su momento más crudo, con la inclusión del cellista Charles Dickie.
No fue casualidad que muchos punks, en especial Johnny Rotten cantante de los Sex Pistols, rescataran su sonido mientras desdeñaban del resto de los grupos del rock progresivo. Hammill también supo encajar y toda su etapa solista entre 1978 y 1982 refleja el momento musical de manera brillante, sin perder identidad.
The Quiet Zone, The Pleasure Dome es un álbum realmente único. Posee una energía telúrica que no ha cesado en 40 años y momentos de gran emotividad con el violín eléctrico y la voz en perfecta simbiosis que sigue conmoviendo.
El comienzo con “Lizard Play” es fantástico. El violín tocado como si fuera una guitarra eléctrica con efectos wah-wah y la delicada guitarra acústica, dominan el tema.
Mientras, Hammill canta: “Y el sol late sobre la tierra horneada / En la tierra donde juegan los lagartos / Y las lenguas salen – queriendo tocar / Todas las palabras se interponen en el camino /Y somos tú y yo y es él y ella / Y es todo lo que digo”
“The Habit of the Broken Heart”, comienza con una acústica y un lejano lamento de violín, con la poderosa base rítmica sirviendo para la voz. No podemos olvidar que Hammill atravesaba una etapa emocional dura, reflejada especialmente en su disco Over, que había grabado en medio de esa tempestad y que se publicó meses antes que este trabajo. Mientras el tema va ganando intensidad, surge el coro:
“Solo querías divertirte / Sólo quería probarlo / Sólo querías ser alguien / Pero todo el mundo lo niega / ¿Por qué es tan difícil hacerte escuchar? / No vayas a cambiar tu nombre… / Aprender a perder puede ser / El comienzo de ganar el juego / Eres tan especial, tal tristeza parece una vergüenza”
Pocos temas tan emocionalmente devastadores como “The Siren Song”, cuyo comienzo desarma, conmueve irremediablemente. La batería jazzeada de Evans, el piano de Hammill y el desgarrador violín, llevan la pieza de manera magistral y la conducen hacia una parte instrumental intermedia desatada que prosigue a la estrofa en la que Hammill canta: “Así que la canción de la sirena transcurre a través de las eras / Y recorre mis venas como el champán / Y con todos los dulces besos de la adicción / Me está llamando a romper mis lazos de nuevo”.
El lado A del LP lo cierra “Last Frame”, probablemente el tema más denso que es iniciado por un melancólico solo de violín de Smith que sirve de introducción a la romántica voz de Hammill. Poco a poco la pieza va adquiriendo un tono dramático y denso que termina con una brutal base rítmica.
La exquisita “The Wave” inicia el lado B, con el ritmo jazzeado, el envolvente violín y Hammill con su distintivo falseto. Pura poesía. Es el preámbulo perfecto para uno de los temas más indómitos en la historia de Van Der Graaf Generator y de Hammill: “Cat´s Eye / Yellow Fever (Running)”.
Pocos temas más salvajes que éste. Hammill lo canta con una mezcla de angustia y rabia, mientras Smith descarga toda su furia (y también delicadeza académica) con el violín y Evans ofrece toda su fiereza.
La estrofa inicial es perfecta: “Yo estaba caminando por la noche / Buscaba algo bueno, limpio, fino, puro, recto / Pero en vez de eso encontré la pared del bunker y la puerta”. Luego de toda la intensidad, el tema termina en un largo y tenso fade out.
“The Sphinx in the Face”, es quizá el tema central, principalmente porque el título del disco está contenido en su letra. Rítmicamente es brillante, con el bajo distorsionado de Potter y la ágil batería de Evans conduciendo la canción, con un piano que agrega gracilidad mientras el violín sirve en este caso de colchón.
Hammill se pasea por todo abanico vocal, partes graves, intensidad y finalmente el falsete que cierra cantando: “Tengo una vocación constante para la Zona Tranquila (The Quiet Zone) / No puedo esperar a que la canción sea cantada / Todavía estoy poseído por la promesa de la Cúpula de Placer (The Pleasure Dome) / Eres tan joven, eres tan vieja / Debe ser contado como te arrastras / Estás aquí, te has ido / Tan cerca, tan mal, tan rara, tan fuerte, así que… / Debe ser contado como te arrastras”.
Sigue “Chemical World”, quizá el tema más libre del disco, con pasajes en los que la voz de Hammill, doblada en varias pistas, suena diabólica, el violín arropa y la batería con su espíritu jazzeado aporta carácter.
El disco se termina con “Sphinx Returns”, una especie de outro que comienza en el punto donde terminó “The Sphinx in the Face” y que desliza el sonido del saxo de Jackson.
En el año del punk, 1977, poca atención recibían los grupos que apenas unos años antes eran el centro de atención. Solo los que se reinventaron sin volverse caricatura lograron editar discos no solamente dignos sino inventivos y capaces de superar la prueba del tiempo, como es el caso de este octavo álbum de la agrupación formada en Manchester, Inglaterra hace 50 años por Peter Hammill y su amigo Chris Judge Smith.
Juan Carlos Ballesta