El 5 de diciembre de 1976 fue publicado el fabuloso álbum que catapultó a la cima de la música electrónica moderna al joven músico francés
Jean Michel Jarre
Oxygene
Disques Dreyfus/Polydor. 1976. Francia
Cuando el 5 de diciembre de 1976 salió a la venta Oxygene en Francia, nada hacía suponer que un disco grabado en un estudio casero por un músico muy poco conocido (aunque con historia interesante en el mundo de los soundtracks) se convertiría en poco tiempo en el más popular de la música electrónica y en el álbum más vendido en la historia de la música francesa.
Aunque las primeras semanas costó que se vendiera, en abril de 1977 el disco ya era una sensación en varios países donde pudo que ser editado. Han pasado casi cinco décadas y dos secuelas (la más nueva lanzada en simultáneo con el 40 aniversario, en 2016) y su impacto y encanto no han amainado.
En aquel momento, la música electrónica estaba en un momento especialmente interesante, liderada por los alemanes.
Ese mismo año Tangerine Dream editó el planeador Stratosfear, pináculo del trío clásico Froese-Franke-Baumann; Peter Baumann sorprendió con el enigmático Romance 76; Klaus Schulze lanzó el increíble Moondawn; el dúo Cluster publicó Sowiesoso y la agrupación de Düsseldorf, Kraftwerk, había tenido un gran año presentando en vivo Radio-Activity (1975).
Por su parte, el griego Vangelis publicó Albedo 0.39, uno de sus discos más representativos. Esa fue la era dorada de la electrónica hecha con tecnología analógica.
La música electrónica francesa estaba representada por Heldon, un grupo liderado por Richard Pinhas, con elementos del rock progresivo. Por tanto, el terreno era fértil para un joven con envidiable formación al lado de grandes renovadores como el francés Pierre Schaffer (padre de la música concreta) y el alemán Karl-Heinz Stockhausen.
Jean Michel había absorbido las enseñanzas de estos dos maestros, y aprendió a usar el legendario Modular Moog Syntheziser, el más ambicioso sintetizador de la familia Moog y que hizo famoso Keith Emerson y también los alemanes.
Antes de ello, en su niñez y pre adolescencia, estuvo expuesto a grandes jazzistas, gracias a su madre, quien lo llevaba al club de un amigo en donde pudo ver a saxofonistas de la talla de Archie Shepp y John Coltrane, o a los trompetistas Don Cherry y Chet Baker.
Eso le hizo entender muy pronto que era posible hacer música instrumental, la cual podía ser muy descriptiva sin necesidad de voz y textos. Con su padre, el conocido compositor Maurice Jarre, famoso por sus muchas bandas sonoras para Hollywood, convivió poco. Aun así, su influencia no fue desdeñable ya que sus dos primeros discos fueron precisamente bandas sonoras, Deserted Palace (1972) y Les Granges Brulées (1973)
En el período de 9 años que va de 1967 a 1976, Jarre hizo de todo, comenzando por un grupo de rock, bandas sonoras, música para ballet, comerciales de TV, circo y música para teatro, aprendiendo a utilizar en su pequeño estudio casero las bondades de los sintetizadores EMS VCS3 Synthi y EMS Synthi AKS, conectados a un grabador de cinta REVOX.
Luego vino la caja rítmica Korg Minipop, el ARP 2600, el RMI Harmonic Synthesizer, un órgano Farfisa profesional, un Eminent 310U y el popular Mellotron. Esa fue la base instrumental para Oxygene.
Jarre corrió con suerte al recibir el apoyo de Francis Dreyfus (esposo de otra estudiante del Groupe de Recherches Musicales de Pierre Schaeffer), quien decidió incluir en su catálogo el experimento que había salido de las largas horas de trabajo en su casa durante ocho meses. No era fácil darle cabida a un trabajo instrumental subdividido en 6 partes tituladas en números romanos.
Oxygene, cuya inspiración proviene de una pintura de Michel Granger (artista que le dio permiso para usarla como portada), fue recibido en principio con cierto escepticismo, con críticas periodísticas que lo tachaban de banal y poco profundo.
El disco recogía obvios elementos de Tangerine Dream, Kraftwerk y Walter (Wendy) Carlos, pero convertidos en una obra conceptual llena de melodías que presagiaba la aparición de otras corrientes de la electrónica que más tarde su autor desarrollaría. El disco iba de la electrónica cósmica y atmosférica a los ritmos de corte bailable, con un aura melódico que pocos músicos electrónicos habían desarrollado hasta ese momento.
La obra consta de seis partes, una estructura que Jarre continuó en los dos discos secuela siguientes, Oxygene VII-XII (1997) y Oxygene XIII-XVIII (2016), lanzados con una diferencia de 20 años entre sí, suficiente tiempo como para reflejar el momento tecnológico en que fueron concebidos.
El trabajo original sigue manteniendo, como es lógico, la ventaja. Por un lado retrata un momento álgido de la tecnología analógica, lo cual se traduce en un sonido cálido, a diferencia de cierta frialdad de sus secuelas.
Por otro, destila una candidez notable que incide en el resultado y lo convierte en uno de esos discos que no fueron programados para tener el éxito del que ha gozado, ni la influencia sobre otros músicos.
Su inusitado impacto comercial llevó a Jarre a un estatus de estrella apenas después de su siguiente disco, Equinoxe (1978), comenzando un largo periplo que lo ha llevado a tocar en lugares donde nadie más lo ha hecho, con increíbles mega producciones.
Juan Carlos Ballesta
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