El 27 de octubre de 2013 nos dejaba fisicamente el siempre controvertido músico neoyorquino, quien en realidad nunca se ha ido
Cuando el 27 de octubre de 2013 recibíamos la noticia de la muerte de Lou Reed, muchas de sus canciones se agolparon de repente. Era como si quisiéramos escuchar toda su discografía en unos minutos. La noticia fue un big bang. Cinco años han pasado y el soundtrack continúa sonando.
Juan Carlos Ballesta
Cuando un personaje como Lou Reed muere, solo cabe la tristeza. Fue un rebelde, un guerrero del rock, un descarriado con causa. No era precisamente simpático, pero sí un elocuente, vehemente e irreverente cronista del rock y las miserias humanas, cosa que siempre es de agradecer en un mundo en el que las posiciones acomodaticias, las poses y los estereotipos parecieran copar el interés de las masas y los grandes medios.
Lou fue lo que pocos se atreven a ser, un iconoclasta, un genio desadaptado y drogadicto, un osado bisexual, un visionario cascarrabias. Un verdadero poeta maldito. Durante sus 71 años hizo demasiado, entre otras cosas dejarnos un legado envidiable de discos, casi todos ellos de gran coherencia y, cómo no, a la banda que en su momento pocos querían –The Velvet Underground– y que años después se convirtió en inspiración de miles de agrupaciones.
Nada más apropiado que aquella acotación que alguna vez hizo el gran Brian Eno: “Mientras el disco debut de The Velvet Undeground + Nico vendió solo 30 mil copias cuando se editó, cada una de aquellas 30 mil personas que lo compraron formaron una banda”.
Lewis Allan Reed experimentó con todo dentro de los vastos territorios del rock: avant garde, drone, canción pop, rock duro, glam, baladas, proto punk… Su gran clásico “Walk on the Wild Side”, un éxito de radio, hablaba de travestis, traficantes, chulos y sexo oral.
Aquel disco Transformer (1972), producido por David Bowie en plena era del andrógeno héroe glam Ziggy Stardust, fue su pináculo comercial, aunque luego siguió editando discos de alta factura, entre ellos Berlin (1973), New York (1989), la emocional colaboración que lo unió a su antiguo compañero de la Velvet John Cale en homenaje a Warhol, Songs for Drella (1990), y el sentido Magic and Loss (1992).
Su espíritu de animal del rock, quedó plasmado en títulos como Rock and Roll Heart (1976) o el soberbio documento en vivo Rock and Roll Animal (1974), su álbum más vendido por mucho tiempo, tras del cual lanzó el experimental Metal Machine Music (1975), una ruptura con el formato canción y en general con todos los convencionalismos.
Reed nunca tuvo empacho en hablar sobre su estilo de tocar guitarra, no sin su característica ironía: “Un acorde es perfecto, dos acordes es forzado. Tres acordes ya estás en el jazz”.
Su último disco fue Lulú (2012), una extraña colaboración con Metallica, que no satisfizo a los seguidores de uno y otro, aunque contiene algunos momentos rescatables.
Mucho podría escribirse de la personalidad y los aportes de Lou Reed, de una carrera musical generosa que se extendió por medio siglo y nos dejó gemas como “Sweet Jane”, “Satellite of Love”, “Perfect Day”, “What´s Good”, “Heroin”, “Venus in Furs”, “All Tomorrow´s Parties”…

Recordamos, cinco años después, el amoroso obituario de la talentosa Laurie Anderson, su compañera desde fines de los 90 y con quien se casó en 2008: “Lou fue un maestro del tai chi, empleó sus últimos días aquí siendo feliz, deslumbrado por la belleza, el poder y la ternura de la naturaleza.
Murió la mañana del domingo (27 octubre) mirando los árboles y haciendo la famosa forma 21 del tai chi, moviendo sus manos de músico a través del aire. Lou fue un príncipe y un luchador, y sé que sus canciones sobre el dolor y la belleza presente en el mundo, contagiarán a mucha gente con el increíble goce que él sintió por la vida”.
Gracias por tanto, Lou. Aquí sigues.